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El inexcusable destino del porfiado uróboro.

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Por Gustavo Torres G. ¿Qué antídoto hay contra la necedad? ¿Cómo se es tolerante ante la intolerancia? ¿Cómo debe entenderse? ¿Debe entenderse? ¿Debe atacarse? ¿Se debe tener actitud pasiva? Hay muchísimas interrogantes que acusan respuestas si no inmediatas, sí contundentes respecto al asunto tan necesariamente actual de los derechos de las personas con orientaciones y preferencias sexuales “no naturales” en ojos de la cristiandad, la urgencia de cordura en un país caracterizado por no tenerla. Decía el insoportable e intenso Michel Foucault, que el sexo, la sexualidad es un asunto de poder, de dominio. Probablemente nunca antes en la historia se haya pensado en los bajos instintos como hoy, con la aceptación del placer como inexpugnable del acto carnal, y, en ese sentido, las explicaciones sociológicas al respecto de por qué el disfrute de las aptitudes sociofisiológicas que encarnan al acto sexual (nunca mejor dicho) son todavía (o cada vez más) tan amonestadas por la iglesia

Tú, mi lienzo

Por: Gustavo Torres G. ¿Y si lo pintamos juntos? Si, tomarás la bata y la ajustarás a tu cintura y a tu cuello, a la primera, para no mancharte los pantalones, al segundo, para evitarme atizándote un beso. Esperaré el pincel cargado en rojo, ya porque es tu idea del cielo, o acaso porque mi infierno nace del mismo. Entre un trazo y otro, la purga de verte frente al lienzo hace injusta la afrenta: mi arte, torpe, de impulsos, no encuentra colores para siquiera enmarcarte. Ya lo propuse, dibújalo tú. Miraré atento el precipicio de azules abriéndose paso por la senda de flores que cuidadosamente tracé para ti. Dalí envidia con toda su divina locura las ledas atávicas, tu cuerpo confundido en el óleo, mientras me doy cuenta, de alguna manera, que logras ser Gala e histeria sólo con pensarte, sólo con verte. Pintemos de nuevo. Esta vez decides el lienzo. Si soy yo, haz de mí lo que quieras, si eres tú, haré de tu propio sudor, colores.

Crin de luz

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Por: Gustavo Torres G. Y me vi reflejado en el techo. No me reconocí, pero era yo, sin duda. Le di un beso a esa imagen para afirmar que me aceptaba tal cual. Hacia abajo, el abismo. No sentí miedo, pero el escalofrío duró mucho más al entender en qué situación me encontraba: era libre. Muchos otros aparecieron y entendí todo al instante. No necesité pronunciar palabra; era uno con todos. Ir a cualquier lugar era lo mismo que sólo pensarlo; deslizar el cuerpo sobre las piedras sin tocarlas, dejar una estela sobre la superficie a la velocidad del sonido, descender para eternizar polvaredas ante los atónitos ojos multicolor del cangrejo martillo… formas elegantes de manifestar el placer de vivir sin preocuparse por más. Los días existen sólo para recordarnos la mitad de lo que somos, cuando siento que la realidad me alcanza y de nuevo he de caminar sobre dos pies, con la sonrisa que en mi otra vida no puedo mostrar, pero guardo celosamente para quienes amo aquí, y me cuidan. Son mi

Rubí

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Por: Gustavo Torres G. Hace un rato se dejó de escuchar la radio. Por alguna razón los murmullos de los niños en la calle se convirtieron en un ruido extraño. La calma como tal comenzó a preocuparle, nunca desde que se perdió había tenido la sensación de que todo estaba bien, aunque esta vez sus entrañas emitían tal vibración que pudo haber corrido un maratón ida y vuelta sin cansarse; ¿qué estaría pasando ahí afuera? Quitándose lagañitas, apenas con un camisón blanco encima, tomó valor para hacer a un lado esa sucia cobija de trapos. La excitación de comenzar un nuevo día no se perdía todavía en ella. Respiró lenta y profundamente, en tanto su esmirriado cuerpito de apenas metro y medio de pura actitud se estiraba a modo de calistenia. Un par de huesos tronaron y no pudo evitar soltar la carcajada. Mucho antes de encontrar esta casa abandonada había conseguido acostumbrarse a vivir bajo los puentes de acceso portuario, el único lugar donde las banditas de la ciudad no cobraban

Altar

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Por: Gustavo Torres G. La joven Schwinger no podía creer la fortuna de sus amigas para encontrar el amor, especialmente cuando a pesar de ser (en sus propios ojos) la mejor dotada intelectual y físicamente, parecía no importar siquiera a los del concejo. Todo recurso disponible en la Tierra para defender a la humanidad de la invasión plutoniana dependía de la democrática y voluntaria selección del mejor partido posible en este planeta. Ese joven rey interplanetario aceptaría dejar a todos en paz, si podía llevarse consigo la afrodita que nunca encontró en los otros ocho; dijo alguna vez haber entrado al sol para negociar con los helioditas acerca del mismo asunto, aunque definitivamente supo, desde el inicio, que no estaba en posición para eso. ¿A quién se le ocurre dispararle a las escopetas? La desgracia de Marisa Schwinger venía desde hacía muchas generaciones, cuando el Tercer Reich ejecutó su programa eugenésico en las postrimerías polacas.  Dijo su propia madre alguna vez:

La huida del asafino

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Por Gustavo Torres G. El arte de la caza  se inventó sobre tierra por necesidad de los primeros humanos, se dieron cuenta que la satisfacción calórica por la ingesta de insectos, frutos y otras viandas regaladas por Madre Naturaleza, se quedaba corta ante el consumo desmedido de energía en esos incipientes, aún encorvados cuerpos blandengues. Costó trabajo hacerse primero a la idea de tomar la vida de un hermano mayor; al principio, ninguno soportó el tacto gelatinoso de las entrañas ajenas, pero la fisiología hizo su trabajo al no dejar opciones, salvo sobrevivir. Tomar una vida no tendría otra justificación que esa. La recompensa a esas largas jornadas tras la desafortunada presa fue siempre, para el cazador, el regazo de su hembra al regresar, o bien, saberse en igualdad momentánea ante el poderío de todas las demás especies animales. Legitimaba su menú al elegirlo. Ese fue siempre su único distintivo. No se come lo que hay. Se come lo que se quiere. Fue siempre así hasta que

El emblema del estar

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Por: Gustavo T. G. Alejando de toda connotación sexual, la palabra perversión parece perder sentido, aunque es necesario ampliar el abanico de significados si partimos desde la concepción filosófica y hasta artística del término; pervertir es dar la vuelta, dejar de ser como se debería, violentar estructuras morales y definir sin equívocos la supremacía del pervertido, ¿y qué es la perversión sino la ocasión de dar paso desenfrenado a la voluntad y la inteligencia? No pretendo hacer apología de la bestialidad o del instinto animal desmedido en la búsqueda del placer carnal, ni siquiera concibo al perverso (en ese sentido) como una persona, intento abrir paso a un mundo de posibilidades no nefastas desde la cual el afectado/afortunado con trastorno mental de este tipo. Sí la diferenciación con el neurótico, en términos freudianos, en cuya concepción del mundo, el desahogo viene sólo de la laceración propia o ajena, percibiendo en eso regocijo; hablo de aquellos que modifican por ne