Túnicas
Por: Gustavo Torres G. En la distancia, una pirámide se bañaba del dorado brillo del atardecer. Sobre la vista se alzaba imponente, una columna de humo blanco, indeterminado entre el producto de una pasiva erupción o simplemente una nube colosal en proporciones. El viento tibio apenas movía las hojas de los árboles. Cada tanto, los jaguares bajaban a holgazanear en las postrimerías del poblado, un sitio sagrado y de sacrificio. Si bien les iba, uno que otro hueso o el néctar vital aún caliente de los sacrificados caía en algún lugar suficientemente seguro, entonces toda la familia podía deleitarse sin remordimientos o necesidad de correr. Así funcionaba desde hace mucho. Cuando el sol terminaba de ocultarse, Saak-Balam gustaba de escaparse de la seguridad de la selva, atravesando corredores verdes y saltando sobre arroyuelos de fantasía; su ímpetu en el vivir nunca se contenía, incluso sus patitas regordetas aun, no eran lo suficientemente largas como para llegar más rápido