Por: Gustavo Torres G.
Llegué tarde una vez. No podía más con mi alma, estaba peor que en mi época universitaria en eso de las horas dormidas, apenas lograba acumular ocho horas por semana y el café prácticamente había sustituido ese torrente rojo dentro de mis venas. Estaba hecha añicos. El señor Mendizábal mandó llamarme para saber qué estaba pasando, pues en la planta se había corrido el rumor de que consumía drogas o alguna cosa así; con los pantalones y el sostén bailando en lo que me quedaba de cuerpo, pensar otra cosa hubiese sido necedad, sumándole el inusual juego de lentes oscuros que habían sustituido mi jovial mirada matutina, las alarmas para la administración sólo estaban esperando el momento para pescarme. Entre a la oficina de Don Mendi con la preocupación de quien de verdad depende de un empleo como este. - ¿Le está gustando mucho su trabajo, señorita Salas?- preguntó con cierto sarcasmo que no pude interpretar.
- Disculpe, no entiendo su pregunta- respondí, sinceramente confundida.
- Mire, Salas, no andaré con rodeos, sé a lo que usted le está tirando. Lo tengo clarísimo, ¿no ve? - dijo, señalándome directamente a la cara.
- En verdad no sé a qué se refiere. Si es tan amable de explicarme...
- ¡Vamos, Salas! Desde el primer día tu desempeño ha sido e - jem - plar. Nunca había visto a alguien así desde que trabajo para esta empresa pitera. Nadie se chinga el lomo como usted ahí afuera.
Destanteada, preferí guardar silencio hasta que pudiera "caerme el veinte" de lo que me estaban diciendo. Lo de perder el trabajo sólo me alejaría un tanto de mi objetivo final: el asunto de mi venganza legal y personal, aunque con lo que logré sacar de la empresa en ese tiempo, mis superiores tenían que estar más que contentos del botín informativo que representaba mi presencia ahí.
- De más arriba han seguido el orden que predomina en los pasillo, Laila, y están muy satisfechos - Extendió un sobre caqui hacia mí, sobre el escritorio y con una sonrisa bastante honesta, debo decir.
- Ábralo. Le va a gustar - dijo, con un tono casi paterno. En el interior, una invitación de ascenso para mudarme a la matriz de la compañía, en Mazatlán. Tuve que contener la carcajada. Me había tomado tan en serio todo aquello, que sin afán de ser convincente, logré colarme en tiempo récord a las altas esferas de la paletera. Acepté, por supuesto. No porque en realidad lo necesitara, sino porque quien firmaba aquel oficio tenía el nombre bajo mi lámpara: Osmar V. Arangio Tessen.
Pasó una semana hasta que pude presentarme en las instalaciones nuevas, en el inter, una comitiva fue asignada para protegerme en mi nuevo domicilio: tres escoltas personales se turnarían las veinticuatro horas del día para cuidarme las espaldas; estaba sacrificando privacidad para garantizar mi vida, ni modo. La interpol tampoco se chupaba el dedo, estaba claro que este movimiento obedecía a otras cosas más que mi ejemplar desempeño. Arangio Tessen debía tener muy claro quien era yo, así como mi instinto decía que uno de los dos casos en los que estaba involucrada tenían que ver con él directamente. Para nuestra no sorpresa, la cita para platicar del supuesto nuevo rol en la compañía no fue en la fábrica, la secretaria del patrón envió un correo electrónico explicando la forma de llegar a uno de los restaurantes más exclusivos de la ciudad sinaloense. Más claro...
En mis viajes por distintos lugares del mundo, siempre patrocinados por las exigencias de mi trabajo, jamás vi atardeceres más bellos que los del Pacífico mexicano; la suma de temperaturas, salinidad del mar y ambiente en los malecones de cada playa, cada puerto del país, es inigualable. El guinda del ocaso en Mazatlán vaticinaba el final de algo importante. Darren Waltz, mi jefe de escolta, insistía en colocarme equipo de espionaje bajo la ropa, prefería perder el caso con el infortunio de haber sido descubiertos, que con el cargo de conciencia de haber entregado una vida así, por nada. Dos horas antes del encuentro, mis tres ángeles de la guarda ya estaban rodeando el lugar, identificando los puntos de acceso y escape en caso de cualquier incidente. La mezcla de aromas entre la arena y la cocina del local reaccionaban en mi corazón como agua hirviendo, a cada minuto menos en el contador, el sudor en mi frente y nariz amenazaban con delatar el propósito de mi visita...
Continuará...
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