sábado, 16 de mayo de 2020

No puedo estar despierto...

Por Gustavo Torres G.


No soy músico, ni de cerca. Mi profesión y ocupaciones van totalmente por otro lado, así que no podría decirse que soy una voz autorizada para hablar del tema, pero tampoco hace falta media vida en un conservatorio para darse cuenta de ciertas cosas.


Justamente acaba de celebrarse el día del maestro en mi país, con todo lo que eso representa, especialmente donde la revalorización de la profesión en el mundo se ha hecho casi en automático, debido a la situación sanitaria. Dentro de la avalancha de publicaciones en todo tipo de redes sociales y medios tradicionales, brotan los clásicos homenajes a los enseñantes de la ficción: Splinter, Snape, Miel, Miyagi San, Crabapple… en fin. Siempre tuve claro uno, más que por sesión en aula, por la apertura a caminar fuera de la senda, de ir más allá, aunque esa dirección no sea necesariamente adelante. En cada uno de los conciertos donde tuve el privilegio de estar, el apelativo “maestro” llovía de todas partes del público embelesado, entregado a las artes de Gustavo Cerati. Estoy seguro que como yo, muchos de los otros tras las notas de ese señor no le gritábamos aquello porque hubiésemos aprendido a rasgar la guitarra tal como él lo hacía, o cuando menos le hiciéramos a la tarareada imitando sus deliciosas inflexiones vocales; no, lo de “maestro” tenía entonces y aún hoy (sobre todo) la intención de reconocer que, más allá de su música, la filosofía con la cual transformaba su realidad hacia un reconocible estético, tanto en lo que componía, interpretaba y declaraba fuera de los escenarios, llegó hasta algunos de nosotros como una especie de evangelio, listo para decodificarse y aplicarse a muchas ópticas en la vida.




Sería seguramente 2002 o 2003, cuando una entrevista en la revista mexicana Día 7 dedicó un modesto dossier donde se cuestionó al astro argentino sobre su relación con la música electrónica, más en el sentido de entender el por qué de su distanciamiento de las guitarras y la distorsión (reconozco que fui uno de esos insatisfechos) y su entonces adhesión a géneros experimentales dentro de lo electrónico (Roken); palabras más, palabras menos, él terminó dando cátedra de cómo para crecer es necesario dejar la piel detrás, como en las mudas de los reptiles. Emerger siempre, hermoso, con otro sonido, con el mismo rostro pero con la mirada siempre puesta en el futuro, caracterizó a Gustavo Cerati durante toda su carrera. Repetirse a sí mismo fue algo que siempre detestó. Celebró a los nueve vientos cuando fue re-versionado y asumió riesgos a veces mortales artísticamente hablando, basta escuchar sus 11 episodios


Y bueno...

El impulso de este texto viene un poco motivado por un texto de Allan Kelly Márquez, de uno de los fanpage más populares sobre Soda Stereo del continente: EnRemolinos. En el artículo explica cómo a través de un movimiento de expresión urbana se utilizó como base de stencil una de las imágenes más icónicas de Cerati para (tal vez) atacar a no sé quién, empleando al ídolo como símbolo de “lo choto”, argentinismo que creo podría traducirse como “alzado” o “fresa” en el contexto mexicano. No hay sorpresas si se considera que durante décadas la acusación de “cheto” en su propio país lo persiguió prácticamente hasta el día de su partida. Recomiendo ampliamente el artículo mencionado, al final de este, aparece el enlace.


Adjetivar a alguien por su origen socioeconómico dentro de la disciplina que desempeñe me parece sumamente barato, sin mencionar el mal gusto. Suponer además que origen es destino, un acto gratuito, innecesario. El arte habla por sí mismo. ¿Recuerdan a “El circo” de La Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio? Creo que son el ejemplo perfecto de cómo ese origen contextualizado pasa a segundo plano cuando una obra de tal magnitud trasciende incluso las ciencias sociales, con todo y su producido y temeroso academicismo de cuatro paredes. Gustavo Santaolalla haría lo propio, tal vez con matices bien diferenciados del ejemplo mexicano, él con su obra en general, aunque me gusta la tintura lograda en proyectos como Bajofondo Tango Club o la inconmensurable nostalgia de The Last of Us, cuyo soundtrack emana a raudales los vientos y aromas de la pampa, sin ser folklore.


Así como los citados lograron tal cosa, el maestro hizo lo propio en cada iteración, pero no pretendiendo hacer un estudio híper profundo de la naturaleza humana, siempre tuvo los pies en la tierra; llegó a declarar en varias ocasiones “yo hago música pop”, dedicado seguramente a quienes lo tachaban de “careta”. El tipo fue quien fue. Listo. “Hay cosas que no me gustan” declaró también respecto a la escena musical de su época en solitario, empatando con la apreciación que hiciera Zeta Bosio y el mismo Alberti cuando aseguraron, sin tapujos, que los asustaba “tanta falta de entusiasmo”. La respuesta argentina a la música fue siempre apostar por las bandas “de barrio”, pero el modelo se desgastó al punto en que muchísimo de lo que ha salido de ahí en los últimos años parece más un chorizo, un embutido, fabricado en serie, con formulitas y pretensiones poco menos que soporíferas, sin sobresaltos (😊). ¿Más citas del maestro? La recordadísima “despiértenme cuando pase el reggaetón” del 2007 engloba lo que acabo de decir, y eso que me refería al rock, al rock nacional, sí ese término que Gustavo vomitaba. Ahora lo entiendo a plenitud.




Artículo citado: https://www.facebook.com/enremolinoscom/posts/3465931240084379?__tn__=K-R




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