sábado, 30 de mayo de 2020
Tres cabezas (parte 3)
sábado, 23 de mayo de 2020
Tres cabezas (parte 2)
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
jueves, 21 de mayo de 2020
Tres cabezas
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
miércoles, 20 de mayo de 2020
De animales a dioses: argumentos para (des)justificar nuestro estatus
Por: Gustavo Torres G.
Me llevó mucho tiempo completar un libro que de entrada, me produjo mucho entusiasmo, tanto por la temática propuesta, como por el extraño reconocimiento de saberme leyendo una vez más a un autor de de origen medio oriental. Sapiens, de animales a dioses, es un texto que en entrada pareciese absolutamente enfocado en la biología; las circunstancias por las cuales nuestra realidad a dos piernas y brazos cargando un cerebro de tales dimensiones tenía que ser así de apasionante. En efecto, es un texto entretenidisimo. la reseña, para no ser cansino, es esta:
La humanidad como la entendemos, de la que somos parte, tuvo que pasar un vericueto de muchísimos millones, luego miles de años, para poder afirmar sin dudas, que somos la especie dominante de este pequeño punto azul en el espacio. Visto desde fuera, alguna civilización extraterrestre consideraría peccata minuta, cosa ridícula la autonominación a eso de “amos del universo”, sin embargo las minucias, los detalles que acontecieron uno tras otro para desembocar en ese hoy, son verdaderamente apasionantes. Yuval Noah Harari desglosa con mimo cada una de las etapas evolutivas por las que nuestros ancestros escalaron, se tallaron para pervivir, evitando ser consumidos por la impiadosa naturaleza, aunque la riqueza de este trabajo apenas empieza aquí, pues lo sencillo hubiese sido quedarse en ese nivel, casi mecánico, su autor explica con pasmosa lucidez los procesos lógicos a través de los cuales es posible entender aspectos de nuestro comportamiento social, incluso político.
Las reflexiones surgidas desde la lectura (directamente) y el caudal que inevitablemente surge de ella, es seguramente eso en lo cual radica el valor de la obra. No puede de ninguna manera quedarse en el primer nivel de entendimiento, resultaría un completo desperdicio. Decir “ah, qué interesante” o “no sabía que la cosa era así” no basta, la ocasión exige, absolutamente, ir más allá, mucho más allá. Como he mencionado, los porqués de nuestro comportamiento social incluyen sí, constructos como la economía o la religión, siendo esto último tema mayor si logramos entender de una vez por todas que como toda invención humana, su base se alimenta prácticamente por completo del miedo (y la comodidad, según yo), provocando tal vez, más diferencias que coincidencias entre los individuos, pero bueno, cada quien tomará su propia y mejor interpretación.
Hablando de constructos, la guerra como una de las calamidades autoinflingidas por nuestra especie, pierde (de por sí) todo sentido cuando se entiende lo absurdo de su esencia, igual con el consumo desmedido dentro de un sistema capitalista. Así con el resto de conceptos tomados por este escritor iraní. Muchas evidencias apuntan a una muy segura etapa de involución, no solamente desde lo biológico, sino desde la mera psique individual y colectiva.
Cuando comenté con algunas de las personas más cercanas algunas de las citas que más me impactaron del libro, el común denominador fue siempre “esto es un frasquito de pastillas ubicatex”, porque cada palabra apunta, sin duda, a darnos cuenta que si bien nuestro papel en nuestra propia telenovela es inevitablemente el protagónico, al abrir los ojos hacia la película del universo, de la naturaleza, somos ese actor insoportable que cree merecer el Óscar por su impresionante actuación, aunque el resto del casting sabe que de gañán no es posible bajarnos.
Según la edición, el libro no baja de las 490 páginas (a mi me tocó una de 800, muy cómoda para la vista), que se van ligeras conforme el rompecabezas humano se va conformando, aunque he de decir que hay episodios que percibí como cansinos o hasta repetitivos, especialmente donde intenta explicar la política y el funcionamiento de la economía (habrá sido un desinterés propio por esos temas). Indispensable para cualquiera, sin importar la disciplina académica a la que se pertenezca.
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
sábado, 16 de mayo de 2020
Portal hacia la eternidad
Por: Gustavo Torres G.
¿Qué posibilidades de materializarse tendría ahora que decidió por fin olvidar a sus acólitos? ¿No era lo que hacían los demás una vez resignados? Ni bebiéndose todo el Mar Negro su deseo de sentirse en carnes podía ser saciado. La última vez que el peso de sus pies movilizó una hilera de arena frente al templo en su honor, el suplicio que lo convocó apenas estaba consciente de cuál era su motivo. Aquellos ropajes dorados, escurridos entre su amplio pecho y la pesada barba que lo caracterizaban en los tiempos en los que el hombre ni siquiera le había dado nombre a las cosas, ahora no eran otra cosa más que harapos, tristes recuerdos con consistencia de humo sobre un cuerpo ahora apenas sostenido en lo que todavía se puede llamar existencia. Ese era ahora Marduk.
Qué días aquellos cuando el mero pensamiento en los hombres y mujeres de Babilonia eran suficientes para sentirse vigoroso. No hacía falta ni media ánfora para saberse presente, esa vitalidad en el ambiente podía ser absorbida por todo su ser con sólo estar ahí. El regocijo en el temor de los estúpidos sacerdotes en el templo bastó siempre para invocarlo; ese primer aliento divino le bastó para saber que aunque no había nacido nunca, la posibilidad de morir por mero acto de olvido latía como otro corazón sobre su piel bañada de inmortalidad, pero para algunos dioses, el terror de saberse olvidables es prácticamente inmanejable, y su manifestación se convierte en automático en sinónimo de muerte, así con todo el panteón entre el Tigris y aún más allá del Éufrates. Si el sonido del viento sobre las arenas remitió indistinguiblemente a la noche de los tiempos, resulta fascinante y contradictorio que esa "noche" en realidad fuese un festín de sol, el único y verdadero dios eterno sobre un planeta que ahora yacía víctima de su más grande creación y enfermedad. Sobre la Tierra, ya no quedaba nadie, ni nada.
Recordó en muchas oportunidades, tantas como fue posible hacer llegar a su memoria, el último encuentro con el más poderoso de sus creyentes: Azriel, aquel hermoso babilonio cuya fe lo arrastró inocentemente a un destino funesto, cediendo a tentaciones de mortal siendo ya algo más que un simple espíritu errante, mucho más. ¿Qué sería eso que los humanos llamaban amor? ¿Valía la pena sacrificarse por una sensación tan mundana, tan incierta, tan fugaz? ¿Era un dios capaz de amar alguien más que a sí mismo? Todo lo que podía concebir en su asombro era el recuerdo de las masas entrando a su templo para adorarlo y premiarlo con sus humores, sus miedos y esperanzas, el preciado alimento inmaterial que insuflaba ánimos dentro y fuera de sí. Azriel lo amaba como nunca nadie antes ni después lo hizo, pero todo ese afecto era acaso poca cosa para Marduk; el amor de ese mortal lo empalagaba como una golosina al paladar de un hombre adulto, quien en su afán de mostrarse maduro rechaza las suavidades del gusto. Así, aquel perdió su vida voluntariamente para volverse un algo muy parecido a un dios, pero sin serlo, era algo peor. Para entonces, Marduk todavía disfrutó de las mieles de las reverencias sobre su estatua tal vez un par de milenios más, apenas un suspiro para quienes el tiempo en realidad no existe, pero que en este caso, el peso de la ausencia de su creyente más amante, de su amante más creyente, se hacía sentir mucho más que dos mil años sin una religión que sostuviese su existencia. Todo lo que valía la pena de ese enorme pastel de quinientos pisos era la cereza en una cima que se había caído mucho tiempo atrás. La soledad le invadía, y su cuerpo, apenas perceptible por el resto de las almas deambulando sin rumbo por el universo, contemplaban el desplome inevitable de aquel antaño potencia celestial en el mundo de los hombres, cual ladrillo desprendiéndose de los escalones del más frágil Zigurat.
Recordó entonces, a uno de esos dioses de muerte haberse autoproclamado "dios del universo", pero hasta donde sabía, el universo estaba solo, todo rasgo de biología latente, punzante, creciente, se limitaba a ese insignificante pero maravilloso punto azul en medio de la nada, ese donde había habitado desde siempre, o al menos desde que alguien tuvo algún atisbo de consciencia. Marduk viajó a las orillas del universo sólo con pensarlo, creyendo primero que no sería capaz de hacerlo, nunca lo había deseado. Una vez allí, en el silencio total, donde ni la luz ni el llanto de las almas en pena podían acceder, intentó ver más allá de los límites, una fe irremediablemente acogedora le suplicaba desde sus decrépitos interiores que trascendiera al universo que lo vio nacer, que se resistiera a desaparecer en la nada, que morir ni siquiera era concebible para un ser de su naturaleza. No podía quedarse varado en ese punto. De nuevo, con sólo pensarlo, se desplazó a la esquina opuesta del todo. Se dio cuenta en un instante que el tiempo comenzaba a atravesarlo, junto con la última luz que una estrella emitió antes de volverse una supernova implotada. El llanto de las galaxias le pareció tan insoportable, que no tuvo otra opción que quedarse ahí.
Con la calma que da la luz del sol al fondo de un estanque, Marduk sintió ganas irrefrenables de respirar... ¡De respirar! Sintió ganas de estar vivo, sintió ganas de manifestarse ante las multitudes, ahora perdidas para siempre en el sótano de los tiempos. No tuvo otro remedio que aceptar la necesidad de amar, tal como Azriel lo hizo eones atrás, tal como continentes enteros le demostraron con su propia sangre cuando el mundo hervía de juventud e ímpetu. Sintió la arena del Sahara en sus mejillas de porcelana, en su piel de piedra, de diamante, de todos los demás materiales habidos en el mundo. Marduk convulsionó hasta salirse de esta realidad marchita. Feliz, lo entendió: era su turno para crear, para poner su rúbrica en este nuevo plano de existencia, para ser por fin aquello que nunca pensó ser, el primero en un universo propio, a medida. Había que empezar de cero, pero su voluntad era suficiente, y en un instante, el tiempo comenzó a correr en el nuevo y propio universo de Marduk, aquel quien ahora comprendió, era mejor volverse nada.
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
No puedo estar despierto...
Por Gustavo Torres G.
No soy músico, ni de cerca. Mi profesión y ocupaciones van totalmente por otro lado, así que no podría decirse que soy una voz autorizada para hablar del tema, pero tampoco hace falta media vida en un conservatorio para darse cuenta de ciertas cosas.
Justamente acaba de celebrarse el día del maestro en mi país, con todo lo que eso representa, especialmente donde la revalorización de la profesión en el mundo se ha hecho casi en automático, debido a la situación sanitaria. Dentro de la avalancha de publicaciones en todo tipo de redes sociales y medios tradicionales, brotan los clásicos homenajes a los enseñantes de la ficción: Splinter, Snape, Miel, Miyagi San, Crabapple… en fin. Siempre tuve claro uno, más que por sesión en aula, por la apertura a caminar fuera de la senda, de ir más allá, aunque esa dirección no sea necesariamente adelante. En cada uno de los conciertos donde tuve el privilegio de estar, el apelativo “maestro” llovía de todas partes del público embelesado, entregado a las artes de Gustavo Cerati. Estoy seguro que como yo, muchos de los otros tras las notas de ese señor no le gritábamos aquello porque hubiésemos aprendido a rasgar la guitarra tal como él lo hacía, o cuando menos le hiciéramos a la tarareada imitando sus deliciosas inflexiones vocales; no, lo de “maestro” tenía entonces y aún hoy (sobre todo) la intención de reconocer que, más allá de su música, la filosofía con la cual transformaba su realidad hacia un reconocible estético, tanto en lo que componía, interpretaba y declaraba fuera de los escenarios, llegó hasta algunos de nosotros como una especie de evangelio, listo para decodificarse y aplicarse a muchas ópticas en la vida.
Sería seguramente 2002 o 2003, cuando una entrevista en la revista mexicana Día 7 dedicó un modesto dossier donde se cuestionó al astro argentino sobre su relación con la música electrónica, más en el sentido de entender el por qué de su distanciamiento de las guitarras y la distorsión (reconozco que fui uno de esos insatisfechos) y su entonces adhesión a géneros experimentales dentro de lo electrónico (Roken); palabras más, palabras menos, él terminó dando cátedra de cómo para crecer es necesario dejar la piel detrás, como en las mudas de los reptiles. Emerger siempre, hermoso, con otro sonido, con el mismo rostro pero con la mirada siempre puesta en el futuro, caracterizó a Gustavo Cerati durante toda su carrera. Repetirse a sí mismo fue algo que siempre detestó. Celebró a los nueve vientos cuando fue re-versionado y asumió riesgos a veces mortales artísticamente hablando, basta escuchar sus 11 episodios…
Y bueno... |
El impulso de este texto viene un poco motivado por un texto de Allan Kelly Márquez, de uno de los fanpage más populares sobre Soda Stereo del continente: EnRemolinos. En el artículo explica cómo a través de un movimiento de expresión urbana se utilizó como base de stencil una de las imágenes más icónicas de Cerati para (tal vez) atacar a no sé quién, empleando al ídolo como símbolo de “lo choto”, argentinismo que creo podría traducirse como “alzado” o “fresa” en el contexto mexicano. No hay sorpresas si se considera que durante décadas la acusación de “cheto” en su propio país lo persiguió prácticamente hasta el día de su partida. Recomiendo ampliamente el artículo mencionado, al final de este, aparece el enlace.
Adjetivar a alguien por su origen socioeconómico dentro de la disciplina que desempeñe me parece sumamente barato, sin mencionar el mal gusto. Suponer además que origen es destino, un acto gratuito, innecesario. El arte habla por sí mismo. ¿Recuerdan a “El circo” de La Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio? Creo que son el ejemplo perfecto de cómo ese origen contextualizado pasa a segundo plano cuando una obra de tal magnitud trasciende incluso las ciencias sociales, con todo y su producido y temeroso academicismo de cuatro paredes. Gustavo Santaolalla haría lo propio, tal vez con matices bien diferenciados del ejemplo mexicano, él con su obra en general, aunque me gusta la tintura lograda en proyectos como Bajofondo Tango Club o la inconmensurable nostalgia de The Last of Us, cuyo soundtrack emana a raudales los vientos y aromas de la pampa, sin ser folklore.
Así como los citados lograron tal cosa, el maestro hizo lo propio en cada iteración, pero no pretendiendo hacer un estudio híper profundo de la naturaleza humana, siempre tuvo los pies en la tierra; llegó a declarar en varias ocasiones “yo hago música pop”, dedicado seguramente a quienes lo tachaban de “careta”. El tipo fue quien fue. Listo. “Hay cosas que no me gustan” declaró también respecto a la escena musical de su época en solitario, empatando con la apreciación que hiciera Zeta Bosio y el mismo Alberti cuando aseguraron, sin tapujos, que los asustaba “tanta falta de entusiasmo”. La respuesta argentina a la música fue siempre apostar por las bandas “de barrio”, pero el modelo se desgastó al punto en que muchísimo de lo que ha salido de ahí en los últimos años parece más un chorizo, un embutido, fabricado en serie, con formulitas y pretensiones poco menos que soporíferas, sin sobresaltos (😊). ¿Más citas del maestro? La recordadísima “despiértenme cuando pase el reggaetón” del 2007 engloba lo que acabo de decir, y eso que me refería al rock, al rock nacional, sí ese término que Gustavo vomitaba. Ahora lo entiendo a plenitud.
Artículo citado: https://www.facebook.com/enremolinoscom/posts/3465931240084379?__tn__=K-R
viernes, 1 de mayo de 2020
Golondrinas en mayo
Golondrinas en mayo por Gustavo Torres Gómez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.
Comala en Streaming: comentarios sobre la adaptación de Rulfo al cine digital
Por: Gustavo Torres Gómez Es como el duelo: se parte de la negación, hay broncas internas qué solucionar, cierta negociación, la consabida...
-
Por: Gustavo Torres Gómez ¿Qué nos convierte en lectores? ¿Dónde está el placer de la lectura? ¿Cómo se accede al camino de la literatura? N...
-
Por: Gustavo Torres G. Las novelas históricas deben ser al mismo tiempo un reto y una bendición para quienes las escriben: el contexto y la...
-
Por: Gustavo Torres El sagrado trance de lectura a veces provoca reacciones que trascienden lo intelectual, en ocasiones lo espiritual o ...