El Fondo de Cultura Económica es uno de los pocos esfuerzos que hay en México para hacer llegar literatura a la población de manera que sea variada y accesible, siendo que en los últimos años la serie A la orilla del viento, de corte infantil, ha servido de catálogo sinceramente interesante para salir de los convencionalismos respecto a lo que normalmente se consideraría literatura "no adulta"; de aquí se desprende El Sueño de Albión, novela ligera de Roger Norman, autor inglés poco prolífico del que no puedo decir demasiado, pero aquí mi opinión sobre el texto en cuestión.
¿De qué trata?
Edward Yeoman ha llegado a vacacionar a Turnworth, una aldea de hálito absolutamente campirano en lo más profundo de Inglaterra. Por accidente descubre un juego de mesa sobre el que no tiene noción ni instructivo, pero sobre el cual una serie de eventos aparentemente fortuitos se van ocasionando sin mayor sorpresa que la de pensar que son obra de la casualidad, hasta que el protagonista y una serie de acompañantes se van dando cuenta del verdadero poder del tablero. El resto del libro irá desmarañando el esfuerzo de los personajes por dilucidar las verdaderas reglas del juego y quién es quién en los azares de cada partida.
Lo más o menos
Si fuese película, sería una muy palomera y seguramente producida por Hallmark Channel o como una muy mala miniserie de Netflix de apenas cuatro o cinco capítulos. No es un libro aburrido en su totalidad dado que de vez en cuando suelta nombre importantes para las piezas (Merlín, La Muerte, etc.) o suceden cosas medianamente interesantes como para seguir enganchado un poco más respecto a qué carambas es el juego y si realmente tiene poderes mágicos o no. Cada personaje tiene personalidad bien definida, aunque se antoja tibios, sin fuerza.
Lo malo
Nunca sucede nada verdaderamente emocionante, incluso el episodio de la epidemia de una enfermedad misteriosa parece poco para lo que en realidad es. El clímax parece nunca llegar, de hecho, para mi gusto no lo hace, dejando el sabor amargo de un libro completamente nublado y que levanta expectativas bastante rápido al inicio pero que no logra corresponder en el resto de la trama. El centro de la historia tendría que ir desarrollando las reglas del tablero sobre la cual se supone gira todo, pero las reglas van apareciendo cual deus ex machina y jamás ponen al lector al tanto de lo que se puede provocar con cada tirada de dados, así que se está a ciegas prácticamente todo el tiempo, leyendo sobre un juguete maravilloso del que nunca se tiene color ni forma. En algún momento hice el esfuerzo de pensarlo como uno de esos fabulosos tableros de Warhammer 40000 o algún derivado de Dungeons and Dragons, pero las escuetas descripciones al respecto hicieron insostenibles las teorías que me iba generando sobre la marcha. Se vuelve un registro de las preocupaciones de Yeoman en relación a lo que pasará si sigue jugando o le cede el tablero al señor Tyson.
¿Vale la pena?
No. Debe ser una de las decepciones del año tomando en cuenta que el catálogo del que forma parte me ha regalado experiencias de lectura entrañables, como en el caso de Peligro de Suerte o Los Fantasmas de Fernando, excelentísimas obras de autores mexicanos con harto corazón y pluma desenfadada. El Sueño de Albión solo merece bostezos y la segura recomendación al FCE de publicar más nuevos autores nacionales antes que presuntos clásicos contemporáneos de la más desabrida britania.
“No
hay nada más humano que usar máquinas”, dijo alguna vez el
maestro Cerati respecto a una pregunta relacionada a la
polémica en el uso (para algunos) excesivo de tecnología en
presunta sustitución de instrumentos musicales. Para muchos, la
música no es tal o pierde valor si no hay sudor de por medio,
cualquiera que sea el género, sin embargo, la adelantada y artística
mente de personas como el ya mencionado astro argentino debería ser
tomada en cuenta para pensar dos veces antes de emitir cualquier
juicio visceral. Desde un punto de vista artístico los instrumentos
utilizados para generar sonidos son eso, instrumentos, herramientas
para traducir contenido emocional e intelectual de modo que no solo
muevan las ondas sonoras en el aire, sino que lo hagan de tal modo
que produzcan tal o cual experiencia a quien escucha y es capaz de
procesar de acuerdo a sus recursos alternativos (cultura, edad,
situación socioeconómica, historia de vida, contexto en general),
de ahí que “el gusto se rompe en géneros”. De la misma forma en
que un canto yodel podrá parecer al oído popular occidental
una forma de ejecutar música curiosa e interesante, el apego a los
escuchas en su lugar de origen trascederá a algo más allá de
“falsetes chistosos”.
Disco
eterno
¿Pero
a qué viene todo esto? Mi postura respecto a la tecnología en la
música es la misma que Cerati: debe estar uno abierto a
experimentar, tomar o desechar según haya oportunidad, la música
será música independientemente de la forma en cómo se ejecute.
Cuando Soda Stereo era ya una banda de rock-pop consolidada
por ahí de finales de los ochenta con discos tan míticos como
Signos, Doble Vida, o el apoteósico y rockerísimo
Canción Animal, el siguiente paso para la banda fue el lógico: irse
a algo diferente. Hubiese sido absurdo quedarse en el sonido de De
Música Ligera, Sueles Dejarme Solo o 1,000,000 de Años
Luz, que si bien a día de hoy siguen sonando como auténticas
aplanadoras (mucho más las versiones en vivo), el éxito para los
grupos musicales debería seguir un poco la línea de “lo Beatle”,
quienes una vez que tuvieron reconocimiento y dinero para hacerlo, se
sentaron tranquilamente en el estudio a sacarse lo mejor que tenían
y lograron cosas fabulosas. En el caso de Soda, no fue diferente. Los
noventa, la mejor época en la historia de la música (estoy listo
para el debate) proporcionó a Cerati, Bosio y
Alberti la posibilidad de acceder a equipos que complementaban su
trabajo tan naturalmente como lo haría una batería, un bajo o la
mítica Jackson azul del maestro, siendo Charly (según
cuenta la historia) quien introdujo al equipo con estas nuevas formas
de crear y producir. Si bien Dynamo es con cada año que pasa
una obra top de la música latinoamericana no folclórica, en mi
parecer Sueño Stereo es el epítome de la integración de
sámplers, cajas de ritmo, pedales y programaciones. Es una jodida
delicia cerrar los ojos y escuchar nota a nota cada uno de los temas
de su último disco de estudio; violoncelos, guitarras eléctricas,
MPCs, la voz vegetal de Gustavo, el bajo divino de Zeta, la
bataca seca y precisa de Charly...
Estoy
moviéndome lentamente
Lo que
sucedió con Cerati en solitario está de más que lo detalle, su
carrera será recordada siempre como una de las más prolíficas
artísticamente hablando, siendo una de las razones su capacidad de
mantener oídos abiertos como antenas parabólicas a lo que el mundo
le ofrecía en ese momento. Todos celebramos Ahí Vamos por ser la
vuelta a la distorsión, al sonido rock que tanto le admiramos en su
etapa de trío, pero poco se habla del caviar que resultó ser Siempre es Hoy, en palabras de su hijo Benito (y coincido
TOTALMENTE): “el pico creativo de Gustavo Cerati”; te lo
puedes escuchar mil veces y no se encontrará otra cosa que buen gusto
en cada arreglo, cada sample elegido y de nuevo, la integración de
la tecnología para lograr un sonido limpio, poderoso, único. El
artista musical en todo su esplendor se dio acá.
La
presencia ausente
El
camino transitado por Cerati fue dejando tras de sí la invaluable
certeza de una identidad propia en todos sentidos. En cada nueva
iteración, en el sonido replanteado disco a disco seguía siendo él
a pesar de la reinvención. Nada que sea difícil de notar, la propiaMercedes Sosa (diosa absoluta de la canción) le calificó
como “alguien con una voz muy particular” sin falta de razón, el
timbre y las inflexiones a la hora de hablar y cantar le hicieron una
de esas rara avis a quienes es imposible sustituir (guardando
distancias, como el inmenso Freddie Mercury o el inconfundible
Michael Jackson). A diez años de su partida física aun
resuena en mí su voz, permanecerá ahí cada sílaba en las más
de centenar y medio de canciones que integran su legado infinito,
aunque surge de pronto una inesperada situación con la que miles de
fans de todo Latinoamérica ponen a prueba el eterno deseo de seguir
escuchándolo pugnando por desvelar material inédito, solo que esto
de oír algo nuevo parece que se ha salido de las manos y la razón es
la tecnología de una forma que jamás antes se había visto. ¿Qué
habría pensado Gustavo al respecto?
El
tropo común es la tecnología creciendo a pasos agigantados. Hace
no más de dos años las conversaciones con ChatGPT o las virguerías
visuales procesadas en Dall-e u otras plataformas de procesamiento
visual pusieron sobre la mesa la última instancia sobre la cual el
ser humano podría diferenciarse de las máquinas: el arte. Aquel
popularísimo diálogo de Will Smith en la película Yo
Robot (2004) donde el humanoide Sonny es cuestionado sobre
si es capaz de convertir un lienzo en una obra maestra o escribir una
sinfonía este último responde lapidariamente: “¿Usted
puede?”, podría maliciosamente aplicarse a cualquier ser
humano hoy y no aprobarlo ni de chiste. Del test de Turing ni hablar.
Sobre las mismas líneas, el detective Spooner afirma: “Incluso
los perros tienen sueños, pero tú no, eres solamente una máquina”.
A día de hoy, sin afán de ser grosero ni cruel, preguntaría
¿Quiénes en realidad tienen sueños?
Lo de
tomar textos para hacerlos pasar como originales o generar imágenes
fabulosas basadas en estilos artísticos de cualquier tiempo era ya
bastante impresionante, pero lo que está sucediendo el área de la
música es verdaderamente escandaloso, aunque no debería extrañar,
pues a fin de cuentas, qué otra cosa son las notas y la composición
musical sino la sublimación intelectual de las matemáticas... Dicho
de esa manera, con los algoritmos indicados, suficiente poder de
procesamiento y una base de datos prácticamente infinita han
aparecido lo que extraoficialmente llamaré sintetizadores de
composición musical (SCM), capaces de replicar voces humanas con
tal fidelidad que es casi imposible diferenciarlas de voz viva, lo
mismo con instrumentos y lo más perturbador: creación de canciones
(en su totalidad, es decir, desde la composición, arreglos, canto y
ejecución) con el estilo de quien se plazca. Es por eso que escribí
este artículo.
Mi
mejor amiga ceratiana me mandó el video anterior y mis reacciones
pasaron por la sorpresa, una profunda nostalgia, el placentero
momento de sentir la voz del maestro una vez más en palabras nuevas
y después... nada. Es su voz, es su forma de interpretar, son los
colores en sus metáforas, los estribillos son él, pero al mismo
tiempo no. El clon revela su artificialidad inevitablemente, así con
la avalancha de temas generados hasta la fecha, ya he perdido la
cuenta, podría salir una canción nueva literalmente cada minuto,
sonando a Cerati pero careciendo de alma, la esencia perdida en el
morbo de querer tenerlo al oído de vuelta. Mencioné algunos
párrafos atrás las particularidades en su voz y es impresionante
cómo estas IIAA las reproducen milimétricamente. La forma de
ejecutar coros, el vigor en los agudos, la profundidad de sus graves,
lo ya mencionado respecto a las maneras de componer, es todo
abrumadoramente perfecto.
Igual
que con las ilustraciones hechas por máquinas, tras dos o tres temas
comienza uno a identificar el patrón meticulosamente aplicado. De
inicio, tanto para ojos como para el oído, estas cosas logran
embelesar con su supuesta perfección, sin embargo la falta de
sutilezas, el hecho de que un fan acérrimo (modestia aparte) pueda
detectar sonidos propios de la época sónica de la que se extrajo o
incluso poner en discusión si determinados temas o palabras hubieran
sido utilizados* son factores que obligan a la mesura y por qué no,
al desencanto.
Más
allá de la maravilla tecnológica ¿Es válido hacer esto desde un
punto de vista moral? Y... el rollo inicial de este texto alude al
tiempo que le tomó a Gustavo Cerati tanto en solitario como en la
etapa con Soda desdoblarse hasta convertirse en el mito que es hoy
día, el proceso natural de vivencias y su propia cosmovisión,
filosofía de trabajo se plasmó con cada tema en cada disco. Con aquello de que “No hay nada más humano que usar máquinas”
él se defendía de las críticas recibidas en su etapa de Ocio
y Roken**, de los cuales la gente renegó de su total despegue
del sonido rock con el que se le identificó por años cambiando por
completo lo que presentaba en vivo por aquellos años, llegando a
catalogarse como parte de un descarado “laptop dúo” junto
con el finado Flavio Etcheto, a quien por cierto le debemos
hermosos arreglos para trompeta dentro de algunos temas en Sueño
Stereo, Bocanada y
Siempre es Hoy, entre otros. Bajo este argumento, el uso de
herramientas no es motivo de ningún juicio ético, el asunto es que
la herramienta se vuelva también el ejecutante y eso a mí me parece
de una aberración razonablemente cuestionable, especialmente para
quienes están sacando provecho con vistas y likes en las
plataformas donde se han estado distribuyendo. A diferencia de las
bandas de covers, tan extendidas en el mundo y que en México y el
resto del continente se encargan de mantener vivo el legado de los
artistas que homenajean, las canciones generadas con IA no exigen
esfuerzo de nadie ni requieren algún talento especial en su
ejecución. La maravilla de ser lo que son no la desestimo, pero va a
depender de quien las escuche si le seguirán dando el protagonismo
que no merecen, la obra del artista ya ha sido hecha y al menos hasta
el día de hoy ninguna de las composiciones, con todo y que en
teoría, científicamente hablando se pueda afirmar que no hay nada
que indique que no sea Cerati, con todo y eso, ninguna ha logrado
hacer algo mínimamente superior al material original, al creado en
cuerpo, alma y tiempo del maestro. Hay vacíos que no se pueden
llenar, así de simple. Elijo quedarme con aquel tema maravilloso de gran Leandro Fresco (memorable dentro del team Cerati solista) donde las notas de su guitarra parecen saludar desde un lugar mejor, más lejano. Su voz real se ha apagado y por eso sigue resonando en nosotros.
*
Encontré algún tema donde abiertamente se habla de muerte o
suicidio, algo que jamás habría mencionado Gustavo en ninguna de
sus canciones.
**
Proyectos paralelos a su carrera solista pero que no consideró parte
de su línea principal de discos, pues se trataba de experimentos
sonoros más apegados a la electrónica y el sampleo.
El
sagrado trance de lectura a veces provoca reacciones que trascienden
lo intelectual, en ocasiones lo espiritual o a veces ambos, como es
el caso de Persona Normal, de Benito Taibo. Perdido durante más de
un año bajo la llanta de refacción de mi carro, tuvo que ser una
cita de servicio técnico con la agencia lo que recordó el
compromiso de lectura con alguien que seguramente puso en mí cierta
esperanza de aprecio respecto a lo que me encontraría en aquel texto
y dicho así, además ya con el resabio de haberlo terminado, amerita
lanzar ese lugar común que reza: las cosas pasan por algo, este
era el momento para leerlo.
Sebastián
es un chico de doce años que ha perdido a sus padres justo en ese
momento de la vida donde se hace más importante tenerlos, aunque
bueno, lo justo sería decir que toda la vida es una medida más
exacta para eso... Esto no es ningún espóiler que vaya a arruinar
la experiencia de lectura, es algo que sucede en las primeras diez o
quince páginas y que condiciona el resto de lo que vendrá, en
especial con quién deberá vivir el protagonista al menos hasta que
sea mayor de edad. En otro dato espoileroso, será el famoso tío
Paco quien se haga cargo del chico quién sabe por qué, dado que
este señor tiene la reputación en su familia de ser alguien más
bien con pensamiento y forma de vida jipioso, un fulano con quien
casi nadie en sus cinco sentidos encargaría a un adolescente, menos
en la situación tan vulnerable en la que se encuentra, sin embargo,
para fortuna de Sebastián, su tío resulta ser un maravilloso ser
humano a quien el lector rápidamente asignará el calificativo de
“ángel” tanto por su nobleza como por su compromiso con sus
propios ideales y el afán genuino de mostrarle la maravilla de vivir
a su queridísimo sobrino aún a costa de muchas críticas y
encontronazos con medio mundo.
Persona
Normal es entrañable desde la primera página y permanece así hasta
la última palabra sin el pecado de ser cursi, de hecho no lo es en
ningún momento. Es el tipo de libro que por supuesto recomendarías
a alguien que no tiene el hábito de la lectura y quiere algo con lo
qué empezar, igualmente si es niño, adolescente o adulto la novela
es corta, sólida y muy humana. Acompañar el crecimiento del chico
en tanto llueven referencias a obras clásicas de la literatura
universal es un deleite, aunque si alguna exigencia tiene que haber,
podría ser que para el avezado en estos menesteres mucho de lo que
se cita son lugares comunes, la verdad es que no podían ser más
atinados y dan al clavo con cada situación capítulo tras capítulo,
que además de todo son cortísimos, lo que da sensación de avance
en una estructura de obra nada compleja que privilegia lo lúdico
sobre lo complejo.
La
magia de leer, el privilegio de vivir, la bendición de poder pensar
son sabores presentes en este libro súper recomendado para compartir
con aquellos a quienes realmente queramos dar un presente cuyo sabor
dure toda la vida.
Las novelas históricas deben ser al mismo tiempo un reto y una bendición para quienes las escriben: el contexto y la data necesaria para generar un universo creíble está dado ya por la realidad, lo que supone un trabajo menos qué hacer, mientras que por otro lado, la "carnita" para el lector o sea, las minucias de las relaciones entre los personajes y las licencias literarias que se pueda permitir el escritor estarán limitadas por justamente, la realidad en la que se basa, pero ¿Qué pasa si esa supuesta historicidad es canjeada por la fuerza de un mito que ha alimentado la identidad de un país durante casi toda su existencia?
Lucie Dufresne es una escritora canadiense que tiene en Quetzalcóatl su primera novela, debajo de la cual la discutible premisa del hombre barbado que vino del otro lado del mar toma forma, alimentándose por supuesto en una investigación documental tal vez no demasiado extensa o rigurosa, pero sí suficiente para dar una versión creíble respecto a la verdadera identidad de un dios compartido entre varias culturas precolombinas (además con diversos nombres).
¿De dónde vino Quetzalcóatl?
A estas alturas, decir que Colón fue el primer europeo en pisar el nuevo continente es históricamente incorrecto. Las evidencias arqueológicas y la documentación (no tan raquítica) respecto a las constantes incursiones de navegantes nórdicos a lo que ellos llamaron Vinland (hoy territorio canadiense) tienen precedentes temporales mucho más profundos de lo que se pudiera pensar, y por ese lado, el pretexto de una embarcación que sucumbe ante una tromba hacia el Atlántico Norte es perfectamente creíble, así que los únicos dos sobrevivientes del siniestro marítimo se convierten en protagonista y secundario de esta aventura: Ari y Melkolf (de inicio, su esclavo). Contada en primera persona, la novela nos pone en la piel de Ari con todo y su visión vikinga de las cosas, pues justo antes de sufrir el accidente, arranca describiendo lo que sin saber, serían sus últimos días en Islandia, lugar frío, pero idílico al mismo tiempo, con habitantes cuyo biotipo ha sido pulido por la dureza del ambiente durante miles de años y que hará contrastar inevitablemente a la población que los personajes hallarán en el inicio de su periplo nombrándolos despectivamente skraelings, aunque no por mucho tiempo pues sin apenas sentirlo, se irán integrando a una cultura absolutamente ajena a la suya, y no solo eso, sino que serán con el tiempo, parte crucial de la nueva identidad de las comunidades originarias en el hoy territorio mexicano.
El estereotipo del indígena salvaje: sacrificios
Dufresne relata con habilidad el ascenso de Ari con lógica y cierta dosis de inocencia por parte de quienes le reciben y arropan, justificado esto con la creencia permanente de que los náufragos son traídos directamente del cielo, producto o regalo de los huracanes en el hoy Golfo de México. Con el materialismo histórico como base de credibilidad, la autora hace imposible el regreso de los nórdicos a su tierra natal por un pequeño pero poderoso motivo: en este continente, en esa época, el metal prácticamente no existía, lo cual hizo imposible la reparación de la embarcación que los llevó hasta ahí y después, todo una fantasía pensar en hacer una desde cero sin hierro para remaches, clavos o laminado. Los primeros meses de estadía se convirtieron para los extranjeros una escuela donde aprendieron a hablar náhuatl y se fueron acostumbrando a los usos de los toltecas, siendo el más impactante de los actos para ellos y para uno como lector, el presenciar una ceremonia de sacrificios en favor de sus dioses; para Ari, guerrero descendiente de Erick el Rojo, adorador de Thor, aquello rebasaba por mucho la necesidad de sangre que se tiene en batalla, pero para Melkolf, cristiano devoto, la repulsión del acto fue casi insoportable...
El mito
Ari, muestra su valía en combate, economía, arquitectura y una visión de crecimiento inusitada para Mixcóatl, el entonces emperador tolteca, quien lo designa en su lecho de muerte como el nuevo Ce Ácatl Topiltzin, figura cuasi divina que destaca según el relato, por su inteligencia e instintos terrenales, más que por su deicidad per sé. El resto de la trama, que incluye la explicación del porqué de su vasta descendencia y la llegada a territorio itzáe (Península de Yucatán) bajo el nombre de Kukulkán, va agregando personajes bien desarrollados con los que es fácil empatizar o recrear mentalmente: Huémac, Ócelotl, Xilonen, Mallinalli, la ostentosa Chantico, el simpático Hun Pik Tok, el aborrecible Tezcatlipoca… Hace mucho que la muerte de algún personaje literario no me afectaba tanto, y aquí sucede por lo menos un par de veces, al punto que en la parte final de la lectura tuve que retirarme a llorar en privado por la partida de alguno de ellos (no daré spoilers), pero sobre todo por la convicción total de Ari hasta el último de sus alientos, de volver a su amada Tierra Verde para mostrarle a su madre en quién se había convertido. Lucie Dufresne le da un final bellísimo, poético, cargado de nostalgia y aprovechando el apego que nos generó haber acompañado durante prácticamente toda su vida adulta a su protagonista, y aunque creo que cualquier mexicano mínimamente educado sabe de dónde a dónde va la historia, la novelización, poder artístico de esta pieza literaria impregnada de esa parte del pasado mexicano que se pierde en el tiempo hace valer mucho la pena darle un vistazo con ojo crítico, pero orgulloso de un pasado que se siente propio más que nunca y será glorioso para siempre.
¿Es obligatorio ser feliz? ¿Necesitamos darle sentido a la vida? Si bien estas parecen preguntas existenciales absolutamente básicas o tal vez hasta obvias en su respuesta para algunos, la realidad de miles de adolescentes en todo México y seguramente en el resto del mundo parece orillarlos a evitar el mero acto reflexivo e inevitablemente sucumbir ante el bufet de los sentidos, dándole al placer la fugaz etiqueta de "verdad".
Vertical es la primera novela del joven escritor chihuahuense Jorge Nores, quien hábilmente entrega una historia empapadísima de violencia, sexo, drogas y una realidad que desgraciadamente está lejos de extinguirse en prácticamente todo el territorio nacional. Acá nos cuenta cómo Gustavo (sí, tocayo), un quinceañero homosexual de Chihuahua termina inevitablemente atado a una red de narcotraficantes y sicarios a partir de una decisión aparentemente inocua, pero que como bola de nieve, va atrayendo infortunios uno, dos o tres detrás del otro. Lo de "inevitablemente" puede ser sometido a discusión, sobre todo por la juventud e inexperiencia del protagonista, aunque dadas las condiciones en las que creció y el entorno social en que se desenvuelve, parecería que era cuestión de tiempo para que le comenzaran a pasar cosas.
En la flor de su adolescencia, Gustavo ejerce su sexualidad sin freno, consecuencias ni arrepentimientos, sumado al consumo cada vez más elevado de cocaína o lo que le pongan enfrente. Abandonado por su padre cuando él era muy niño, con una hermana mayor laborando en maquiladoras y una madre trabajadora relativamente ausente, jamás ha tenido el referente de confort y seguridad que una familia en otras condiciones podría haberle brindado (ojo, no es una crítica a la familia no tradicional). El tiempo en las calles de una de las ciudades más inseguras del norte y sus apetencias sexuales le convierten en presa fácil para el crimen organizado, donde rápidamente es absorbido. A lo largo de un texto que de verdad se va como agua, el lector no tendrá momento de descanso, dado que las situaciones no darán tregua, tal como le pasa al chico en cada uno de los capítulos: hundido en coca (coquita, le dice él) dormir y despertar cada día para ir a vender merca, huir, hacer tratos y acostarse con su mentor tantas veces como es físicamente posible son la tónica que jamás decae, sumiéndolo a él y quien lee en una vorágine inevitable de desesperación y paranoia; probablemente el nombre del libro venga justo de ahí, pues el descenso es franco, en picada.
A título personal, sentir empatía por alguno de los personajes fue imposible. Lejos de ser una crítica para el autor, es un sincero halago. El retrato de las aspiraciones de la familia de uno de los secundarios, por ejemplo, deja ver con precisión el perfil aspiracional al que una parte de la juventud y niñez mexicana apunta: dinero, mujeres, lujos, respeto y reputación construida sobre lo que sea, incluso una pila de cadáveres o la ausencia de garantías sobre la vida. En alguna escena, Gustavo tiene que convivir forzosamente con la familia de uno de sus colegas, siendo que le reciben con gusto y esa calidez única de nuestra gente, es ahí donde por primera vez se siente querido, su vida adquiere por un momento el sentido que nunca tuvo, acompañado por comida de casa, risas y seguramente un plato con pan dulce, de ese que hermosea el gusto y obliga a agradecer el milagro de estar vivo…
La cadena de sucesos se arma de tal forma que el cierre es trepidante y desde mi punto de vista, uno de los mejores finales que he leído nunca (por supuesto, no daré información al respecto), revelando gratamente a Nores como un escritor ágil, con recursos lingüísticos no solo suficientes sino sorprendentemente destacados, construyendo un ambiente de desolación pasmoso y de inquietante vértigo sobre sus últimas páginas, si contar con que el lenguaje utilizado se siente tan natural, que no es poca cosa reconocer ese manejo, tomando en cuenta que en el afán de "coloquializar" según qué narración, por lo común se tiene fracaso y aquí no sucede eso. Alta literatura, pues.
No es para nada una temática que busque para leer, de hecho llegó a mí de maneras misteriosas… Sin embargo no dudo ni tantito lo de recomendar y reflexionar sobre lo que se aborda en la historia, pues como he dicho, a nivel literario se desarrolla con maestría y en el análisis de nuestra realidad, confrontar una obra como esta se vuelve imprescindible en el ejercicio de la reflexión.
¿Qué nos convierte en lectores? ¿Dónde está el placer de la lectura? ¿Cómo se accede al camino de la literatura? No hay respuesta precisa para ninguno de estos cuestionamientos, sería catastrófico si se encontrara la fórmula para acceder, por más ensayos, técnicas o tesis que los cuervos de lo intelectual intenten aprovechar en sus mil doscientas disertaciones acaso espurias. La experiencia literaria dentro de lo subjetiva que pueda ser, por supuesto que se ciñe a convenciones dadas con el único objetivo de trazar un camino por el que cualquiera pueda transitar, sin embargo las bifurcaciones encontradas por las propias circunstancias del lector son en última instancia las que determinan si las obras permanecen o no en la memoria y corazón de las generaciones.
A cuenta particular, la decisión de convertirme en lector y después volcarme (en la medida de mis posibilidades) a la libertad que otorga la literatura fue en aquel fortuito momento en que "Ojos de perro azul", un compiladito de cuentos de corte exquisito llegó a mis manos, ojos y alma; en adelante, la urgencia de adentrarme en la obra de Gabriel García Márquez tuvo un pico muy acentuado sobre todo en los años de mi carrera, donde fue necesario robustecer el acervo a partir del conocimiento (todavía superficial) de la obra de las vacas sagradas de la literatura hispanoamericana. No hubo, hasta el día de hoy otro autor que compensara ese sabor a "primer amor" sobre sus letras, pues si bien es indudable y hasta ofensivo pensar en alguien a la altura de Borges con su labia cuasibarroca, su dominio casi total del vocabulario castellano o como Carlos Ruiz Zafón, el español que le hizo justicia a su nacionalidad escribiendo una de las sagas más espectaculares y jamás mejor escritas, ninguno de ellos fue capaz de bajar a ras de suelo para hacer sentir la tierra entre ortejos o el implacable calor de agosto esforzándose por acabar de una vez por todas con nuestros pulmones. Hablando de agosto, la hasta hace poco última novela inédita del colombiano se asomó en el horizonte de los meses para ser anunciada con bombo y platillo por Gandhi (al menos en territorio mexicano), y no hizo falta demasiada mercadotecnia para alebrestar la resignación aceptada de no volver a ver nunca otro libro de "El Gabo".
Sucedió en 2015 con "Los amigo", así sin "s" de mi gurú musical personal Luis Alberto Spinetta, pues el disco salió años después de su partida y tuvo en mí y en sus seguidores el mágico efecto de sentir que el "Flaco" había regresado un momento para dar un último mensaje, lo mismo con Leandro Fresco y su pieza instrumental "Sol de Medianoche" donde sigo pensando que realmente las puertas del más allá se abrieron y dejaron salir las guitarras de Gustavo Cerati durante los minutos que dura el tema. En este primer cuarto de 2024, "En Agosto Nos Vemos" acarrea la hermosa sensación de la burbuja en el tiempo, un paréntesis en el contínuum dimensional dentro del cual podemos ir el fin de semana a la librería, comprarnos el último libro de nuestro escritor favorito, pasear con la bolsita de celofán hasta el parque, comprar un raspado, unos nachos, observar a los niños correr sobre el pasto y regresar a la tarde para despedir el día con un café en la mano y el olor a libro nuevo en el otro, encontrándonos una vez más dentro de la mente maravillosa que nos cautivó toda la vida y hoy viene a decirnos que en realidad nunca se ha ido y todavía es capaz de dar batalla entre tanto impostor afincado sin permiso en nuestras neuronas.
"En Agosto Nos Vemos" fue en palabras de los hijos de García Márquez, un texto que nunca debió salir a la luz según la explícita voluntad de su padre, ¿Razones? Inconsistencias, incongruencias, dificultades para reconocer el valor artístico de su propio trabajo. No puedo ser completamente objetivo con el análisis, primero porque como ha quedado de manifiesto, el sesgo de lo emocional es potente en mi psique si hablamos de algo que tenga que ver con el de Aracataca, sin embargo debo extender la derecha al autor (metafóricamente hablando) confirmando la falta de fuerza narrativa o cierto dejo de monotemática en una narración por demás corta, aunque ese reclamo de longitud no exime al lector más minucioso de poder apreciar los sutiles artificios en el uso de las palabras que solo una bestia literaria con este recorrido es capaz de formular, el oficio del colombiano es innegable en ese sentido. Una de las características más identificables en toda la obra del Gabo fue su vocabulario, deambulante hábil entre las formas más procaces y las maneras más exquisitas aunque con el paso de los años, sobre todo al final, sus formas terminaron imponiéndose sobre el contenido. Si me preguntan, el verdadero placer de leer a este autor estriba marcadamente en el disfrute de la palabra misma, de los alcances creativos y semánticos más que en las historias que pueda contar, por este lado, quienes se encarguen de hacer las traducciones a otros idiomas lo tendrán complicado en el esfuerzo de replicar el sabor de cada expresión y giro en el que estoy seguro, solo un nativo del castellano (además bien versado), será capaz de asimilar en toda su esencia y riqueza. Para leer al nóbel debe estar uno preparado para aceptar que él no hará concesiones esperando que los demás le entiendan, no es un best-seller barato que privilegie accesibilidad sobre popularidad, así que aun en estas circunstancias donde obviamente la intención de la editorial fue vender, no hace falta maquillar la verdad, la honestidad del autor quedó intacta.
Ana Magdalena Bach es la protagonista de esta historia, alguien que está en la frontera del medio centenario y que atada voluntariamente a una procesión anual, se ve inmersa en una serie de actos que pone a prueba su moralidad, enfrentada a lo que las ideologías "woke" de estos tiempos denominan "empoderamiento". Desde el nombre de ella, el resto del relato está cargado de referencias musicales de todo tipo. El dibujo del paisaje es como una flor primaveral, que se va abriendo en belleza conforme avanza la trama y si algún defecto puede achacársele, puede ser el pobre desarrollo de personajes, limitado seguramente por la extensión del texto mismo. A quien busque una típica novela con antagonistas y secundarios ordinarios, aquí no es.
EANV es un "must have" de los asiduos del colombiano, pero no es de ninguna manera el epítome de la narrativa latinoamericana; lo dicho: es descarada la intención de aprovechar este legajo para vender a como dé lugar, pero de nuevo con las comparativas musicales, si se entiende la obra como "bootleg", el lector deberá estar más que satisfecho pues como objeto coleccionable, la edición de pasta dura emitida por Diana es bella por dentro y por fuera, con diseño sutil y colores cargados de toda la nostalgia que empata perfectamente con este contenido perdido, encontrado, editado hábilmente por Cristóbal Pera. Más que un viaje en el tiempo, es la demostración de por qué al hablar de autores, los verbos deben estar siempre en presente.
Tenía pendiente platicar sobre este libro que me encontré por casualidad en una de esas librerías de segunda mano en mi querida y horrible ciudad de Ensenada; mientras esperaba a una amiga para tomarnos un café y echar chismecito, el catálogo a la mano me ofreció un manjar sobre el cual no pude resistirme: Piel, una novela oficial basada en el universo de los Expedientes Secretos X (X Files) escrita por Ben Mezrich. El contenido del libro terminó cumpliendo expectativas y al final mis 50 pesos invertidos se justificaron de sobra. Aquí explico por qué.
El planteamiento
Un accidente de tráfico desencadena una serie de pesquisas detrás de los responsables de algunos cadáveres que presentan huellas de violencia tan extrema, que parecen imposibles de haber sido provocados por seres humanos ordinarios. Una compañía farmacéutica, el ejército de Estados Unidos y la probable participación de un ser de otro mundo ponen en acción a Fox Mulder y el amor de mi vi… a Dana Scully en este caso que no dejará tiempo ni de respirar.
La experiencia de lectura
Nunca tuve antes una confrontación literaria de este tipo, o sea, había leído libros basados en películas o visto películas basadas en libros, pero jamás algo derivado de una serie de televisión. Sin ser una cosa del otro mundo, a efectos personales me pareció una masterclass de cómo se escribe las secuencias de acción, aunque por supuesto, lo más entrañable y hasta gracioso fue tener la voz de Mulder y Scully en mi cabeza cada vez que les tocaba intervenir en un diálogo (quiero llorar, es un fenómeno hermosísimo), incluso en el cambio de escenarios, sin que el texto lo evidenciara, aquella mítica voz en off del doblaje en español latino estuvo presente en mis pensamientos ambientando todavía más cada capítulo. Esta ha sido sin duda una de las experiencias de lectura más divertidas y emotivas que he tenido en mi vida, sin exagerar.
Las complicaciones
La trama se vuelve adulta en el momento que las evidencias respecto a un asunto con injertos clínicos de piel lleva a los agentes del FBI hasta un milenario y selvático país asiático (no quiero dar spoilers), y es en ese momento que la habilidad del autor se pone a prueba, pues como cualquier otro buen caso tipo monster of the week, el halo de duda respecto a si realmente es un asunto paranormal más allá de lo explicable por la ciencia, convierte ese suspenso en algo parecido a lo que provoca Agatha Christie con sus misterios policíacos: nada es verdad hasta que llega el final.
Resolución
Totalmente en el tono de la serie, el caso se resuelve con intensidad sobre las últimas veinte páginas, aproximadamente, teniendo en un hilo las respuestas que uno como lector creía tener desde el principio de la historia. Piel es el capítulo doble a media temporada que nos habría reenamorado de la serie otra vez por ahí de la temporada 5, que es cuando se desarrollan los hechos acá (si mi deducción es correcta).
¿Recomendación?
Para un fanboy de los Expedientes como yo, es una parada obligada, me arrepiento de no haber buscado antes un libro de estos que según sé, es el último de una serie de siete novelas con trama original (no adaptadas de capítulos de la serie) y vaya manera de aprovechar el universo creado por Chris Carter. A quienes el producto televisivo les sea indiferente, tal vez sea una muy buena manera de regresar un momento y pelear en el pasado (barras, barras), los maravillosos 90 que dejaron tras de sí la mejor serie de todos los tiempos.
Como mero ejercicio de gimnasia mental, empecé a estudiar un semestre de japonés ya entrado en mis treinta y tantos. Aprender tres alfabetos completamente nuevos fue un reto interesantísimo del que todavía no me he zafado, y es que, en lo que me decido a continuar esa vaina, de cuando en cuando sigo haciendo caligrafía con hiragana porque me parece hermoso gráficamente. Lo que pasa cuando se aprende otro idioma es que se debe estar abierto a también asimilar la cultura de la cual surge, tal que la absorción de conocimientos sea plena, sin fisuras; a mí personalmente, lo de entender la cultura japonesa ha representado un montón de agradables bocadillos agridulces, sobre todo porque la visión de una sociedad perfecta y adelantada en todos los aspectos al tercer mundo occidental es casi siempre una venda sobre los ojos que cuesta trabajo quitarse si la obsesión nace de lo superficial y de aquello que normalmente se oculta bajo el tapete.
Más allá de las películas, la música o la arquitectura, creo que (evidentemente) la mejor y más nítida versión de lo que es Japón desde las entrañas se obtiene en su literatura. Me he topado con destellos narrativos como con Banana Yoshimoto o la implacable prosa de Yukio Mishima, igual con la elegancia milenaria de Matsuo Basho (maestro absoluto de la poesía zen) a quien le tengo especial respeto y admiración, sin embargo, el sujeto de análisis de este artículo es Harumi Murakami, negado del nóbel muy al estilo Di Caprio con su Óscar (es broma) pero a partir de ya, la más grande razón para seguir cultivando mi vocabulario nipón.
El blues de Tokio
Es seguro la primera referencia a Murakami, un libro bastante decente en extensión que es lo suficientemente largo para irse con calma en las experiencias de Watanabe Toru en su etapa de estudiante universitario y que sirve de snorkel para quienes asomamos ávidamente en el esfuerzo de conocer este país oriental desde dentro. La tendencia de todo el libro apunta a ser irremediablemente costumbrista, en el sentido de contar lo cotidiano sin más artificios que los personajes alrededor del protagonista, un tipo ordinario, verdaderamente ordinario a quien no le apasiona prácticamente nada y va por la vida como un pasajero a quien el rumbo no importa demasiado, aunque en el camino a ser adulto las experiencias de amistad, noviazgo, sexo y amor le van haciendo madurar hasta convertirse en un hombre de verdad (feministas, entiendan la intención de lo que digo).
La ciudad de Tokio a finales de los 60 es desentrañada y percibida por el lector como un idílico lugar donde no hay otra cosa más que hacer que entregarse a lo que uno desee ser, y es que siendo ya uno de los lugares más pacíficos y “civilizados” del mundo, el ambiente citadino se saborea con la facilidad que tienen los personajes para hacer lo que les place, pero como toda buena historia necesita, el mayor de los adversarios se convierte justo en la vida resuelta de casi todos ellos, Naoko, por ejemplo, el interés amoroso de Watanabe la primera mitad del libro, es una chica con severos transtornos mentales provocados por el suicidio de su hermana y luego de su novio. Distinto de lo que se esperaría de una familia latinoamericana, sus padres deciden mandarla a un centro de tratamiento de transtornos ubicado en lo que se da a entender como una especie de Suecia dentro del paisaje montañoso japonés, alejada de todo y de todos. La vida transcurre para cada quien en su propia isla de sucesos, se hace lo que se debe hacer y la constante es la muerte cuando la vida pierde sentido una y otra y otra vez. En Tokio cada cual vive a su suerte y los caminos de la vida son más bien rieles, no se puede ir a otro lado salvo al que los vagones están destinados a llegar.
Rubber Soul
Probablemente el personaje que mejor refleja las inercias de la edad y la época en la que transcurre la trama es el desalmado Nagasawa, amigo de Watanabe que no es mal tipo, pero ejerce una moralidad transitada entre la delgada línea de la libertad y el cinismo, tomando en cuenta que hasta un par de décadas más adelante ese mismo comportamiento libertino sería apenas sosegado a la fuerza por el VIH y otras enfermedades de ese estilo. La explícita misoginia de Nagasawa con su prometida y la falta de escrúpulos de un típico aspirante a diplomático de élite le hacen un personaje detestable, pero sin duda el único con objetivos bien trazados de principio a fin. La tenía clara y nunca da muestras de remordimiento, lo que sí sucede con todos los demás, atormentados por circunstancias de su pasado y su propia naturaleza, incompatible con la realidad que exige pulcritud a expensas de la felicidad, donde los apegos han sido rebasados por la necesidad de excelencia y donde incluso el desfogue sexual a destajo se convierte en un mero trámite de las noches, una necesidad absolutamente física, banal, aspecto sobre el que los mismos personajes maduran al darse cuenta que la necesidad de contacto humano realmente puede prescindir de genitales y tiene más que ver con conexiones intelectuales, emocionales, del alma…
Destaco el elemento de la sexualidad porque es el hilo conductor de un chico que aparenta de inicio, solo obedecer al deseo, como pasa en esa etapa de la vida en el que las hormonas saturan el pensamiento a tal grado que resulta difícil pensar en cualquier otra cosa. En Tokio Blues el sexo lo es todo. A quien quiera aventurarse en esta lectura debe estar preparado(a) para las descripciones sinceras y explícitas de los juegos eróticos narrados en primera persona, además del lenguaje en extremo relajado en conversaciones como las que se dan con Midori, segunda al turno en el corazón de Watanabe, y es que no es un elemento gratuito, sino que desde mi parecer, contribuye a darle forma a cierta inocencia en la relación de ambos, distinto a lo que pasa con Naoko, por ejemplo, cuyas prácticas con el susodicho demuestran más bien su limitada manera de demostrar amor y transforma el sexo en un sutil, hermoso vehículo de su genuino amor por él, aunque eso evidencie en triste análisis freudiano, la poca estima hacia ella misma.
No recuerdo haber leído un solo libro antes donde el desarrollo de personajes fuese tan completo y atinado, puedo decir sin tapujos que me encariñé con todos y cada uno, al punto de sentir aflicción con ciertas desgracias que prefiero no adelantar, pero con el encantador pseudo-autismo de Tropa de asalto, la triste historia de vida de Reiko o incluso el entrañable comportamiento del pescador en el último acto, la sensación de empatía fue poderosa y natural. Dejarse llevar por las experiencias de Watanabe como si se estuviese en su piel o sus zapatos evoca recuerdos, reivindicando la sensación de que al menos desde lo personal, la vida se ha sentido como algo maravilloso y bien vivido. Las culpas son solo cimientos que deben enterrarse en la experiencia y es la búsqueda del amor en uno mismo y los demás lo que afianza nuestra existencia.