Quetzalcóatl: el gen nórdico de la estirpe mexicana (análisis de la novela de Lucie Dufresne)

 Por: Gustavo Torres G.

Las novelas históricas deben ser al mismo tiempo un reto y una bendición para quienes las escriben: el contexto y la data necesaria para generar un universo creíble está dado ya por la realidad, lo que supone un trabajo menos qué hacer, mientras que por otro lado, la "carnita" para el lector o sea, las minucias de las relaciones entre los personajes y las licencias literarias que se pueda permitir el escritor estarán limitadas por justamente, la realidad en la que se basa, pero ¿Qué pasa si esa supuesta historicidad es canjeada por la fuerza de un mito que ha alimentado la identidad de un país durante casi toda su existencia?

Lucie Dufresne es una escritora canadiense que tiene en Quetzalcóatl su primera novela, debajo de la cual la discutible premisa del hombre barbado que vino del otro lado del mar toma forma, alimentándose por supuesto en una investigación documental tal vez no demasiado extensa o rigurosa, pero sí suficiente para dar una versión creíble respecto a la verdadera identidad de un dios compartido entre varias culturas precolombinas (además con diversos nombres).


¿De dónde vino Quetzalcóatl?

A estas alturas, decir que Colón fue el primer europeo en pisar el nuevo continente es históricamente incorrecto. Las evidencias arqueológicas y la documentación (no tan raquítica) respecto a las constantes incursiones de navegantes nórdicos a lo que ellos llamaron Vinland (hoy territorio canadiense) tienen precedentes temporales mucho más profundos de lo que se pudiera pensar, y por ese lado, el pretexto de una embarcación que sucumbe ante una tromba hacia el Atlántico Norte es perfectamente creíble, así que los únicos dos sobrevivientes del siniestro marítimo se convierten en protagonista y secundario de esta aventura: Ari y Melkolf (de inicio, su esclavo). Contada en primera persona, la novela nos pone en la piel de Ari con todo y su visión vikinga de las cosas, pues justo antes de sufrir el accidente, arranca describiendo lo que sin saber, serían sus últimos días en Islandia, lugar frío, pero idílico al mismo tiempo, con habitantes cuyo biotipo ha sido pulido por la dureza del ambiente durante miles de años y que hará contrastar inevitablemente a la población que los personajes hallarán en el inicio de su periplo nombrándolos despectivamente skraelings, aunque no por mucho tiempo pues sin apenas sentirlo, se irán integrando a una cultura absolutamente ajena a la suya, y no solo eso, sino que serán con el tiempo, parte crucial de la nueva identidad de las comunidades originarias en el hoy territorio mexicano.


El estereotipo del indígena salvaje: sacrificios

Dufresne relata con habilidad el ascenso de Ari con lógica y cierta dosis de inocencia por parte de quienes le reciben y arropan, justificado esto con la creencia permanente de que los náufragos son traídos directamente del cielo, producto o regalo de los huracanes en el hoy Golfo de México. Con el materialismo histórico como base de credibilidad, la autora hace imposible el regreso de los nórdicos a su tierra natal por un pequeño pero poderoso motivo: en este continente, en esa época, el metal prácticamente no existía, lo cual hizo imposible la reparación de la embarcación que los llevó hasta ahí y después, todo una fantasía pensar en hacer una desde cero sin hierro para remaches, clavos o laminado. Los primeros meses de estadía se convirtieron para los extranjeros una escuela donde aprendieron a hablar náhuatl y se fueron acostumbrando a los usos de los toltecas, siendo el más impactante de los actos para ellos y para uno como lector, el presenciar una ceremonia de sacrificios en favor de sus dioses; para Ari, guerrero descendiente de Erick el Rojo, adorador de Thor, aquello rebasaba por mucho la necesidad de sangre que se tiene en batalla, pero para Melkolf, cristiano devoto, la repulsión del acto fue casi insoportable...


El mito

Ari, muestra su valía en combate, economía, arquitectura y una visión de crecimiento inusitada para Mixcóatl, el entonces emperador tolteca, quien lo designa en su lecho de muerte como el nuevo Ce Ácatl Topiltzin, figura cuasi divina que destaca según el relato, por su inteligencia e instintos terrenales, más que por su deicidad per sé. El resto de la trama, que incluye la explicación del porqué de su vasta descendencia y la llegada a territorio itzáe (Península de Yucatán) bajo el nombre de Kukulkán, va agregando personajes bien desarrollados con los que es fácil empatizar o recrear mentalmente: Huémac, Ócelotl, Xilonen, Mallinalli, la ostentosa Chantico, el simpático Hun Pik Tok, el aborrecible Tezcatlipoca… Hace mucho que la muerte de algún personaje literario no me afectaba tanto, y aquí sucede por lo menos un par de veces, al punto que en la parte final de la lectura tuve que retirarme a llorar en privado por la partida  de alguno de ellos (no daré spoilers), pero sobre todo por la convicción total de Ari hasta el último de sus alientos, de volver a su amada Tierra Verde para mostrarle a su madre en quién se había convertido. Lucie Dufresne le da un final bellísimo, poético, cargado de nostalgia y aprovechando el apego que nos generó haber acompañado durante prácticamente toda su vida adulta a su protagonista, y aunque creo que cualquier mexicano mínimamente educado sabe de dónde a dónde va la historia, la novelización, poder artístico de esta pieza literaria impregnada de esa parte del pasado mexicano que se pierde en el tiempo hace valer mucho la pena darle un vistazo con ojo crítico, pero orgulloso de un pasado que se siente propio más que nunca y será glorioso para siempre.


Quetzalcóatl: el gen nórdico de la estirpe mexicana (análisis de la novela de Lucie Dufresne) © 2024 by Gustavo Torres Gómez is licensed under Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International 


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