lunes, 6 de enero de 2020

El mensaje del irlandés


Por: Gustavo Torres Gómez

La incendiaria declaración de Martin Scorsese sobre que las películas de superhéroes no se pueden catalogar como cine, ha generado un acalorado debate en los últimos meses en toda clase de medios; siempre que alguien llega a criticar lo que se hace la pregunta inmediata es: ¿y tú como lo harías? “Si no vas a contribuir con una mejor idea, mejor cállate”. El problema con los detractores de Scorsese es que no se le puede alegar a uno de los últimos dioses del cine, menos cuando bajo la manga tenía la mejor respuesta posible para semejante alegata: una producción de Netflix con elenco de miedo. Si el estreno de El Irlandés hubiese sido en marquesinas al uso, sobre todo en los 90´s o principios de este siglo, las taquillas habrían reventado y cada apellido, brillando con luz propia en la cartelera. Decir que Al Pacino, Joe Pesci y Robert De Niro (además de las estrellas invitadas, como Harvey Keitel) estarían en la misma cinta y dirigidos por el ya mencionado, hubiese sido suficiente para abarrotar de artículos y programas televisivos, trascendiendo horarios y formatos. ¿El problema? Estamos en 2020 y mucho de lo que solía ser ya no es, el mensaje más potente de esta película estrenada a finales del año pasado.

¿Quién es Martin Scorsese?
Para obtener más información, consulte Wikipedia. Sólo diré que es considerado uno de los mejores cineastas de todos los tiempos y que en lo personal, se ha ganado mi respeto con legendarias películas como Taxi Driver, Goodfellas, Gangs of New York, The Aviator, Hugo, The Wall Street Wolf y recientemente, The Irishman, toda una declaración de principios. Este señor tiene, por tanto, permiso de decir prácticamente lo que sea en cuestión de séptimo arte. Una vez aclarado el punto, veamos entonces qué tiene que decir con El irlandés.

Viejo lobo de mar.
El irlandés cuenta la historia de Frank Sheeran, un matón a sueldo que se relacionó con algunos de los políticos más importantes de su tiempo, especialmente con Jimmy Hoffa, mítico del sindicato transportista estadounidense a mediados del siglo pasado y acérrimo crítico de la dinastía Kennedy. Si después de la frase anterior no identificaste un solo nombre, es probable (casi seguro) que el resto de este artículo ni siquiera sea de tu interés (pero ese es el punto a discutir); si por el contrario, todos te son familiares, amigo, te aviso que ya no te cueces al primer hervor. Si bien la película se toma muchísimas licencias históricas, dado que la propia desaparición de Hoffa es hasta la fecha un misterio, lo que hace prácticamente a la perfección es contar cómo sucedió todo, desde el punto de vista de Sheeran. Aquel viejo arte de narrar es expuesto magistralmente con un filme que no cansa nunca, a pesar de aparentemente, ser una típica de gángsters. Escuché aquí y allá comentarios como “es muy aburrida”, “no le entendí nada” o “no desperdicié mi tiempo”, sin embargo, a partir de la cita con la que se abrió este texto, cabe señalar que no es una película cualquiera y no es una película para cualquiera. Levante la mano quien piense que El padrino II es la mejor película de la historia, esos entenderán mi punto.

El irlandés no tiene música incidental, ni efectos especiales deslumbrantes (bueno, el CGI en los rostros jóvenes de De Niro y Pesci sí que son deslumbrantes), casi todo transcurre en un peculiar silencio que lejos de incomodar o apagar el interés del espectador, hace que toda lo que se hace y dice tenga más cabida en los sentidos, sin apenas algún ruido que contamine el espectáculo cinematográfico ante nuestros ojos. No requiere más que una genial composición de diálogos, manejo de cámara, fotografía, ritmo, una historia bien hilada, la descomunal actuación de los pesos pesados que ya mencioné y sobre todo el temple del director que impasible ante las modas, los excesos de nuestro tiempo, se da a la tarea de entregar un producto completamente artesanal, un platillo de autor en el viejo restaurante Scorsese, donde ya sabemos que no hay área para niños, ni meseros empalagosos con amabilidad de franquicia, sino el toque de aquel que sabe poner los ingredientes en cantidad y orden correcto, porque sabe que lo que tenemos es ganas de comida de verdad y no recalentados de comida congelada, mucho menos postres rebosantes de azúcar, que nos alegrarán el paladar un rato, sí, pero no satisfarán el alma como ese preparado calientito de toda la vida.

Las más de tres horas de duración podrían espantar a muchos curiosos, pero vale la pena cada maldito segundo, si se tiene el humor y la paciencia para soportar este tipo de cine si se está acostumbrado a algo bastante más... mundano, digamos, cinematográficamente hablando.

El cine en casa también es cine
También está el cascarrabias al que nada le parece. También os digo que está equivocado. Algunos otros emblemáticos de la industria se manifestaron en contra de ver películas en lugares distintos del cine y sí, en parte tienen razón, hay obras que merecen ser vistas como el espectáculo, la experiencia que representa ir a una sala de toda la vida, pero no tiene que ser siempre así. Justamente, El irlandés la disfruté muchísimo en plan doméstico (cobijas, botana y sin nadie que haga ruido), se presta para experimentarse desde lo íntimo, y quien la haya visto en el teléfono o en su laptop, allá ellos, la trama es igual de disfrutable. Entendí de acá que si bien como obra cinematográfica El irlandés es incontestable, insuperable, el mensaje a las nuevas generaciones es “miren, así es como se hace cine”, y tiene razón, pero al mismo tiempo no.

La magia del cine radica precisamente en su flexibilidad creativa; no puedo decir que también llegó un punto hace no mucho donde llegué a decirle a alguien que ya estaba harto de Marvel y DC, que tenía ganas de “películas de verdad”, mucho antes de la declaración de Scorsese, que ir al cine y encontrar una “película adulta” era más difícil cada vez y que en esencia, para ver algo medianamente profundo había que escarbar en las exhibiciones de festivales internacionales o directamente ir a una videoteca universitaria (bueno, tal vez exagere). La tecnología de entretenimiento, cada vez más asequible para el común, permite que al menos algo de la calidad con la que se puede apreciar algo en una sala profesional se quede en nuestras habitaciones, con la intimidad que uno decida darle. Como en casi cualquier actividad humana, el refinamiento de los gustos a veces hace olvidar el goce de los sentidos con los cuales percibimos aquello que consumimos. Espero que la delicia de ver una película de este calibre le llegue a quien quiera darse la oportunidad de saber apreciarla, así como de saber que en el bufete del arte, lo demás también cabe en el plato.


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