Por:
Gustavo Torres Gómez
La
incendiaria declaración de Martin Scorsese sobre que las películas
de superhéroes no se pueden catalogar como cine, ha generado un
acalorado debate en los últimos meses en toda clase de medios;
siempre que alguien llega a criticar lo que se hace la pregunta
inmediata es: ¿y tú como lo harías? “Si no vas a contribuir con
una mejor idea, mejor cállate”. El problema con los detractores de
Scorsese es que no se le puede alegar a uno de los últimos dioses
del cine, menos cuando bajo la manga tenía la mejor respuesta
posible para semejante alegata: una producción de Netflix con elenco
de miedo. Si el estreno de El Irlandés hubiese sido en marquesinas
al uso, sobre todo en los 90´s o principios de este siglo, las
taquillas habrían reventado y cada apellido, brillando con luz
propia en la cartelera. Decir que Al Pacino, Joe Pesci y Robert De
Niro (además de las estrellas invitadas, como Harvey Keitel)
estarían en la misma cinta y dirigidos por el ya mencionado, hubiese
sido suficiente para abarrotar de artículos y programas televisivos,
trascendiendo horarios y formatos. ¿El problema? Estamos en 2020 y
mucho de lo que solía ser ya no es, el mensaje más potente de esta
película estrenada a finales del año pasado.
¿Quién
es Martin Scorsese?
Para
obtener más información, consulte Wikipedia. Sólo diré que es
considerado uno de los mejores cineastas de todos los tiempos y que
en lo personal, se ha ganado mi respeto con legendarias películas
como Taxi Driver, Goodfellas, Gangs of New York, The
Aviator, Hugo, The Wall Street Wolf y recientemente, The
Irishman, toda una declaración de principios. Este señor tiene, por
tanto, permiso de decir prácticamente lo que sea en cuestión de
séptimo arte. Una vez aclarado el punto, veamos entonces qué tiene
que decir con El irlandés.
Viejo
lobo de mar.
El
irlandés cuenta la historia de Frank Sheeran, un matón a sueldo que
se relacionó con algunos de los políticos más importantes de su
tiempo, especialmente con Jimmy Hoffa, mítico del sindicato
transportista estadounidense a mediados del siglo pasado y acérrimo
crítico de la dinastía Kennedy. Si después de la frase anterior no
identificaste un solo nombre, es probable (casi seguro) que el resto
de este artículo ni siquiera sea de tu interés (pero ese es el
punto a discutir); si por el contrario, todos te son familiares,
amigo, te aviso que ya no te cueces al primer hervor. Si bien la
película se toma muchísimas licencias históricas, dado que la
propia desaparición de Hoffa es hasta la fecha un misterio, lo que
hace prácticamente a la perfección es contar cómo sucedió todo,
desde el punto de vista de Sheeran. Aquel viejo arte de narrar es
expuesto magistralmente con un filme que no cansa nunca, a pesar de
aparentemente, ser una típica de gángsters. Escuché aquí y allá
comentarios como “es muy aburrida”, “no le entendí nada” o
“no desperdicié mi tiempo”, sin embargo, a partir de la cita con
la que se abrió este texto, cabe señalar que no es una película
cualquiera y no es una película para cualquiera. Levante
la mano quien piense que El padrino II es la mejor película de la
historia, esos
entenderán mi punto.
El irlandés no tiene música incidental, ni
efectos especiales deslumbrantes (bueno, el CGI en los rostros
jóvenes de De Niro y Pesci sí que son deslumbrantes), casi todo
transcurre en un peculiar silencio que lejos de incomodar o apagar el
interés del espectador, hace que toda lo que se hace y dice tenga
más cabida en los sentidos, sin apenas algún ruido que contamine el
espectáculo cinematográfico ante nuestros ojos. No requiere más
que una genial composición de diálogos, manejo de cámara,
fotografía, ritmo, una historia bien hilada, la descomunal actuación
de los pesos pesados que ya mencioné y sobre todo el temple del
director que impasible ante las modas, los excesos de nuestro tiempo,
se da a la tarea de entregar un producto completamente artesanal, un
platillo de autor en el viejo restaurante Scorsese, donde ya sabemos
que no hay área para niños, ni meseros empalagosos con amabilidad
de franquicia, sino el toque de aquel que sabe poner los ingredientes
en cantidad y orden correcto, porque sabe que lo que tenemos es ganas
de comida de verdad y no recalentados de
comida congelada, mucho menos postres rebosantes de azúcar, que nos
alegrarán el paladar un rato, sí, pero no satisfarán el alma como
ese preparado calientito de toda la vida.
Las más de tres horas de duración podrían espantar a muchos curiosos, pero vale la pena cada maldito segundo, si se tiene el humor y la paciencia para soportar este tipo de cine si se está acostumbrado a algo bastante más... mundano, digamos, cinematográficamente hablando.
El
cine en casa también es cine
También
está el
cascarrabias al que nada le parece. También os digo que está
equivocado. Algunos otros emblemáticos de la industria se
manifestaron en contra de ver películas en lugares distintos del
cine y sí, en parte tienen razón, hay obras que merecen ser vistas
como el espectáculo, la experiencia que representa ir a una sala de
toda la vida, pero no tiene que ser siempre así. Justamente, El
irlandés la disfruté muchísimo en plan doméstico (cobijas, botana
y sin nadie que haga ruido), se presta para experimentarse desde lo
íntimo, y quien la haya visto en el teléfono o en su laptop, allá
ellos, la trama es igual de disfrutable. Entendí de acá que si bien
como obra cinematográfica El irlandés es incontestable,
insuperable, el mensaje a las nuevas generaciones es “miren, así
es como se hace cine”, y tiene razón,
pero al mismo tiempo no.
La magia del cine radica precisamente en su
flexibilidad creativa; no puedo decir que también llegó un punto
hace no mucho donde llegué a decirle a alguien que ya estaba harto
de Marvel y DC, que tenía ganas de “películas de verdad”, mucho
antes de la declaración de Scorsese, que ir al cine y encontrar una
“película adulta” era más difícil cada vez y que en esencia,
para ver algo medianamente profundo había que escarbar en las
exhibiciones de festivales internacionales o directamente ir a una
videoteca universitaria (bueno, tal vez exagere). La tecnología de
entretenimiento, cada vez más asequible para el común, permite que
al menos algo de la calidad con la que se puede apreciar algo en una
sala profesional se quede en nuestras habitaciones, con
la intimidad que uno decida darle. Como en casi cualquier actividad
humana, el refinamiento de los gustos a veces hace olvidar el goce de
los sentidos con los cuales percibimos aquello que consumimos. Espero
que la delicia de ver una película de este calibre le llegue a quien
quiera darse la oportunidad de saber apreciarla, así como de saber
que en el bufete del arte, lo demás también cabe en el plato.
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Cuéntame, ¿Qué opinas de esta lectura?