martes, 18 de abril de 2017

Sobre el miedo y su evolución. Parte 3 y última.

Por: Gustavo Torres G.

Miedo a ser uno mismo.
Tras la prolongadísima pausa hecha entre la parte intermedia y esta, la última, no es pretexto el hecho de no saber cuál de todos los miedos está inminentemente presente en la humanidad tal como la conocemos, simplemente había que madurar cómo plantearlo desde un lugar objetivo, no irascible. Finalmente caí en la cuenta que la tendencia a la asociación como mecanismo de supervivencia social es un poderoso motor constructor de grupos, donde de hecho, muchísimas prácticas formativas en edades generalmente tempranas contribuyen a estructurar la faz con la cual el individuo pueda ser aceptado en los contextos que enfrentará a lo largo de su vida.

Se ha dicho en dosmil ensayos este asunto de “la faz” como la máscara que utilizamos para mostrarnos a otros; pocos evidencian su verdadero yo por temor a desencajar, a ser señalado, a romper lazos (reales y posibles). ¿Qué tan grave es no ser parte del grupo? Cada cual valora la respuesta de acuerdo a sus recursos alternativos, dígase educación desde la familia, formación académica, círculos sociales tempranos, experiencias y, por supuesto, decisión propia. La relación más importante de cualquiera empieza por sí mismo, y es el olvido de esto lo que provoca la enajenante y permanente tentación de olvidarse para entregar el todo a la manada. Nietzche, en total uso de conciencia dijo: “El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo”. Esta es la referencia que no resulta obvia para muchos, imposible para otros, ¿debería negar el deseo de pertenencia? No creo que sea factible dada nuestra naturaleza, tampoco enaltezco el antisocialismo, el punto es reconocer como superior la necesidad de autenticidad, en una cultura que además castiga al aislado.

La gran paradoja de la unidad mínima de grupo (dos) es que en esta sociedad clonificada, el miedo a perder la “individualidad” a la hora de complementar en pareja va en el equívoco entendido de que estar con otro implica dejar de ser uno. Nada más falso. En la colección de vértices que nos envuelven, la alegría de crecer personal, espiritualmente, es increíble cuando se vivencia en par, con un compañero o compañera de vida, según sea el gusto, así que “la paradoja del amor es, ser uno mismo, sin dejar de ser dos”, según el filósofo Erich Fromm. ¿Qué individualidad se tiene miedo de perder entonces? ¿Una armada de clichés y esfuerzos por encajar? Como lo mencioné en la primera parte de este texto, para muchos es mayor el miedo a quedar solo, que a la mismísima muerte. Incongruencias de la temeridad.

No debe confundirse el afán de encuentro de sí con ego ni aislamiento, es imposible separarnos del resto, el inmortal Borges proyectaba “… soy todos los libros que he leído, toda la gente que he conocido, todas la mujeres que he amado, todas la ciudades que he visto, todos mis antepasados… ”. La pintura de la vida requiere de trazos en diferentes ángulos, cada uno con su propia raíz; si bien el propio Jodorowsky hablaba de la “jaula mental” en referencia al individualismo, queda claro que tampoco somos una colonia de esporas u hormigas, el don divino de decidir, de discernir, es la habilidad que legitimaría, idealmente a cada uno de nosotros como personas.



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