Por:
Gustavo Torres G.
Miedo a
ser uno mismo.
Tras la prolongadísima pausa hecha entre la parte intermedia
y esta, la última, no es pretexto el hecho de no saber cuál de todos los miedos
está inminentemente presente en la humanidad tal como la conocemos, simplemente
había que madurar cómo plantearlo desde un lugar objetivo, no irascible.
Finalmente caí en la cuenta que la tendencia a la asociación como mecanismo de
supervivencia social es un poderoso motor constructor de grupos, donde de
hecho, muchísimas prácticas formativas en edades generalmente tempranas
contribuyen a estructurar la faz con la cual el individuo pueda ser aceptado en
los contextos que enfrentará a lo largo de su vida.
Se ha dicho en dosmil ensayos este asunto de “la faz”
como la máscara que utilizamos para mostrarnos a otros; pocos evidencian su verdadero
yo por temor a desencajar, a ser señalado, a romper lazos (reales y posibles). ¿Qué
tan grave es no ser parte del grupo? Cada cual valora la respuesta de acuerdo a
sus recursos alternativos, dígase educación desde la familia, formación
académica, círculos sociales tempranos, experiencias y, por supuesto, decisión
propia. La relación más importante de cualquiera empieza por sí mismo, y es el
olvido de esto lo que provoca la enajenante y permanente tentación de olvidarse
para entregar el todo a la manada. Nietzche, en total uso de conciencia dijo: “El
individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo
intentas, a menudo estarás solo y a veces asustado. Pero ningún precio es
demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo”. Esta es la referencia que
no resulta obvia para muchos, imposible para otros, ¿debería negar el deseo de
pertenencia? No creo que sea factible dada nuestra naturaleza, tampoco
enaltezco el antisocialismo, el punto es reconocer como superior la necesidad
de autenticidad, en una cultura que además castiga al aislado.
La gran
paradoja de la unidad mínima de grupo (dos) es que en esta sociedad
clonificada, el miedo a perder la “individualidad” a la hora de complementar en
pareja va en el equívoco entendido de que estar con otro implica dejar de ser
uno. Nada más falso. En la colección de vértices que nos envuelven, la alegría
de crecer personal, espiritualmente, es increíble cuando se vivencia en par,
con un compañero o compañera de vida, según sea el gusto, así que “la paradoja del
amor es, ser uno mismo, sin dejar de ser dos”, según el filósofo Erich Fromm. ¿Qué
individualidad se tiene miedo de perder entonces? ¿Una armada de clichés y
esfuerzos por encajar? Como lo mencioné en la primera parte de este texto, para
muchos es mayor el miedo a quedar solo, que a la mismísima muerte. Incongruencias
de la temeridad.
No debe
confundirse el afán de encuentro de sí con ego ni aislamiento, es imposible
separarnos del resto, el inmortal Borges proyectaba “… soy todos los libros que
he leído, toda la gente que he conocido, todas la mujeres que he amado, todas
la ciudades que he visto, todos mis antepasados… ”. La pintura de la vida
requiere de trazos en diferentes ángulos, cada uno con su propia raíz; si bien
el propio Jodorowsky hablaba de la “jaula mental” en referencia al
individualismo, queda claro que tampoco somos una colonia de esporas u
hormigas, el don divino de decidir, de discernir, es la habilidad que
legitimaría, idealmente a cada uno de nosotros como personas.
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