sábado, 4 de febrero de 2017

La república del corazón


Por: Gustavo Torres G.

Recientemente leía un artículo sobre algún tema seguramente espurio, producto del ocio, donde se afirmaba, por alguna razón que no explicaré ahora, que sólo el 25% de la población tiene alma. Si bien no soy afecto a tratar temas metafísicos o de filosofía trascendental, sentí una perturbación en los cimientos del pensar. Las preguntas son inmediatas, algunas automáticas, y la reflexión es obligada.

El concepto de alma

Aparece como inseparable la concepción general de que alma es sinónimo de movimiento, una demostración de vida, con la maravilla inherente de la conciencia al concebir el hecho, por cualquiera que sea el origen o motor. Coincido con Aristóteles al determinar inasible la naturaleza de la misma, pero en cuya complejidad, los anales de todas las formas organizadas de reflexión han tratado de dotar de algún sentido metodológico. Si la memoria no me traiciona, de los antiguos egipcios es posible distinguir entre al menos tres tipos o niveles de alma, aunque la idea judía comparte ese principio de un todo “modular”, a saber:

"Es llamada por cinco nombres: Nefesh (alma), Ruaj (espíritu), Neshamá (aliento), Jaiá (vida) y Iejidá (singularidad). Los maestros jasídicos explican que los cinco "nombres" del alma realmente describen cinco niveles o dimensiones del alma. Nefesh es el alma como motor de la vida física. Ruaj es el ser emocional y la "personalidad" (Tauber).

Revisado así, el concepto en cuestión podría, ambiguamente ser aplicado a cualquier ser humano, pero estrictamente hablando, millones de casos a través de los tiempos han evidenciado individuos cuyo lejidá ha sido arrebatado o directamente renunciado, al igual que la ruaj; aunque el envoltorio rebose de potencia, como animal en celo, el apego a lo ordinario termina por “desacompletar” el paquete donde se construye el alma. En este sentido, la afirmación del 25% parecería nada descabellada.

El mito cristiano y el uso popular de la acepción

Dentro de la tradición occidental imbuida en el cristianismo, tanto el Éxodo como el Levítico hacen referencia al alma como una propiedad de los seres vivientes que es capaz de desaparecer, morir; contrario a la idea popularizada (en la más vulgar de sus interpretaciones) como un elemento permanente e inmortal. Llegamos a calificar como “almas en pena” a las conciencias de los muertos que no han terminado de cerrar sus ciclos, una especie de software que sigue operativo mucho después de haber cortado la corriente del CPU. Cimentamos esperanzadoramente todos nuestros actos para que llegado el momento, esa programación no se pierda y quede, literalmente, guardada en la nube. El miedo a desaparecer es más potente en tanto el individuo se convence de que es posible seguir existiendo mucho después de morir, dejando todo el sentido existencial a la única cosa que sabe segura: la oportunidad de evitar su propia intrascendencia.

Yo, robot

Spooner (humano): “Can a robot write a symphony?”.

Sonny (robot): “ ... Can You?”.

El genial diálogo de la película I, robot, basada en los relatos de Asimov, retrata plenamente la cada vez más indistinguible línea separadora entre aquello que nos vuelve humanos y lo que nos acerca a ser apenas poco más que máquinas de carne y hueso. En mi opinión, sólo la inquietud y el acto creativo ratifica al humano sobre aquellos que no lo son. No se pertenece a la especie si no se crea. No involucro al arte porque hay muchas áreas podridas, en concepto y concepción; no es artista el que reproduce, sí el que produce, el que se hace emerger. Si hubiese un rasgo distintivo para identificar al 75%, probablemente sería la incapacidad de generar de sí para el resto; sólo existe para sus intereses, se abre paso como la serpiente, sólo para comer; insensible a los colores, olores y formas, sólo atraído por la temperatura de la sangre en otros. No se compromete, no quiere conexión porque le es imposible, no tiene con qué.

El ying y el yang

En el equilibrio dinámico del universo, la teoría taoísta de los opuestos complementarios puede servir de referencia para corroborar aquello de los componentes modulares del alma. Una persona, cual átomo, no es un ser único e indivisible, tiene en sus interiores (no en sentido físico) migajas equilibradas en naturaleza y fuerza; electrón, protón... no existe uno sin el otro. Para las personas, su predominante masculino o femenino no son absolutos, requieren matices del ying o el yang para considerarse plenos. Los asesinos, rateros, sociópatas, sicópatas, el inconsciente que se atraviesa a mitad de la carretera, los que maltratan animales, quienes sorprendentemente pueden vivir sin música, los narcos, casi todos los políticos, los que no comen palomitas... todos ellos son unos desalmados, seres físicos cuya visión del mundo se reduce a lo que no pueden entender en la poesía.


Referencias.

http://es.chabad.org/library/article_cdo/aid/899895/jewish/Que-es-el-Alma.htm

https://www.jw.org/es/ense%C3%B1anzasb%C3%ADblicas/preguntas/qu%C3%A9-es-el-alma/

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