martes, 12 de julio de 2016

Crin de luz

Por: Gustavo Torres G.

Y me vi reflejado en el techo. No me reconocí, pero era yo, sin duda. Le di un beso a esa imagen para afirmar que me aceptaba tal cual. Hacia abajo, el abismo. No sentí miedo, pero el escalofrío duró mucho más al entender en qué situación me encontraba: era libre.
Muchos otros aparecieron y entendí todo al instante. No necesité pronunciar palabra; era uno con todos. Ir a cualquier lugar era lo mismo que sólo pensarlo; deslizar el cuerpo sobre las piedras sin tocarlas, dejar una estela sobre la superficie a la velocidad del sonido, descender para eternizar polvaredas ante los atónitos ojos multicolor del cangrejo martillo… formas elegantes de manifestar el placer de vivir sin preocuparse por más.

Los días existen sólo para recordarnos la mitad de lo que somos, cuando siento que la realidad me alcanza y de nuevo he de caminar sobre dos pies, con la sonrisa que en mi otra vida no puedo mostrar, pero guardo celosamente para quienes amo aquí, y me cuidan. Son mi tesoro. Soy su tesoro, en este cofre inmundo, hermoso y breve que es mi cuerpo.

Aquí donde no puedo ir al abismo, aquí donde las palabras hieren por ser tantas, demasiadas para alguien que sólo necesita decir “te quiero”; escuchar lo mismo de ti, de todos. La noche llega como el mayor de los premios, porque regreso a la sal, las mareas salvajes de un océano sin fin.
Y me da miedo entonces, porque en mi regreso a la libertad, alcanzo a ver cosas que no puedo cuando el cansancio gana, la mitad de mí sigue soñando en la otra vigilia y no entiendo entonces si es esta o aquella la verdad, si alimento el cuerpo de mi vida a dos pies sólo para poder seguir impulsándome acá, tras un cardumen que huye despavorido ante mi evidente superioridad, la perfección encarnada en dos aletas, el vértigo y el goce de existir.

¿Por qué me despiertas, mamá? No puedo resistirme a la calidez de tu regazo, ni partirte el corazón si revelo aquel hermoso secreto mío, donde sólo falta tocar las estrellas para pensar un poquito al menos, que el verdadero sueño es el amor que me entregas, como las tímidas olas acariciando todo cuanto ha crecido bajo el mar.


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