Por: Gustavo Torres G.
Un bajo y una batería
sonando. Loop divino, agresivo, sensual. El synth esporádico tras el rock crudo
casi me eriza la piel. Tres notas más y no podré seguir caminando, el espíritu
casi revienta mis sentidos. Ya no me importan las miradas, mi trayecto está
hecho, el contoneo seguirá ofendiendo a todos, pero la música no parará, y mi
cuerpo tampoco.
Estos lentes tras el
aparador son lo único que desviarán mi destino, y no por mucho tiempo… ¡Auuuuuuh!
Va a ser complicado dejar de enamorarse de mí. Este ritmo es infernal. Es hermoso.
¡Es rock! Y soy suyo, y nada lo va a evitar. Esa vieja loca de las flores me
grita algo, enfurecida, pero no sé qué es lo que dice. Me da risa. La amo.
Soy el extranjero
autoexiliado; entre botas de pitón y sombreros de vinyl colorado, mi piel
curtida resiste los gargajos de la multitud. ¡Ridículo! ¡Mamón! Son pétalos de
rosa que se cuelan entre las bocinas y mis oídos, que siguen besándose a cuatro
tiempos, los mismos que hay dentro de mi pecho, potente y rebosante ¡Cuanta
vida por consumir!
Mientras la noche cae,
todo se vuelve más claro, ya no veo los cuerpos sobre la banqueta, ni los
camiones, ni los primores a cuatro ruedas, sólo es mi música y yo. Ella me dice
“te amo” y le creo, sé que no me traicionará, su résped sagrada ya me ha
recorrido; el orgulloso imbécil no se puede resistir ante esta diosa de siete
brazos, que los usa para moverme entre el púrpura real y la más oscura de las
verdades, que me ha llevado a aquel plácido campo de frutillas de mermelada y
me ha traído a bordo de un camión de fibra melancólica hecho cerca de Buenos
Aires.
Estoy poseído, pero esto
ya no tiene sentido, ni mis brazos, ni mis piernas, ni mis lentes de 29.90 son
capaces de contener esto que es pura energía, soy yo, pero soy todo lo demás, y
ya no soy nada.
Me da miedo, pero me excita, porque no he parado de vibrar,
porque ya soy uno con mi hermosa sacra, y viviré para siempre, mientras haya
tiempo y alguien con ganas de escuchar.
-Para un Abril que
eterniza las primaveras.
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