El término
es per sé, una utopía, al menos en el plano del concepto popular. Solemos
pensar en el paraíso como un lugar físico ideal, una suerte de mercado de
placeres gratuito. Todos vamos hacia el mismo paraíso, ese es el problema.
Estar en el plano común resulta no sólo treméndamente cómodo, sino obligatorio;
las expectativas de cada persona consisten en apegarse a una meta común: la
realización espiritual a través del rito.
No hay
objeción en aceptar la fe como un medio válido de alcanzar éxito espiritual-moral-psíquico,
finalmente, como construcción social, la veneración es un estadío natural del
ser humano, por lo tanto negarlo es lo mismo que anular nuestro instinto,
tampoco es menester de este texto atacarla, sino sólo sumarla como una manera
de acceder a la felicidad.
Suele asociarse
el viajar con llegar a un lugar determinado y disfrutar de este para satisfacer
el ansia de conocerlo. Igual que la vida, se sabe también que el verdadero
placer de viajar no consiste en llegar, sino en deleitarse con el recorrido; trasladarse
por tierra o mar permite entonces entender que es pérdida si el tiempo lo
dedicamos a esperar el destino, cuando el éxodo es oportunidad de observación,
reflexión y aprendizaje.
Desde
siempre, la conciencia nos regala verdades tardías, cuando la experiencia
trabaja, realmente abre el catálogo de recuerdos donde, por selección natural,
brotan aquellos que nos levantan, reaniman o dan razones para creer que todo
tiempo pasado ha sido mejor. El pasado suele albergar nuestros paraísos personales;
siempre hubo un tiempo, un lugar, un aroma, un sabor. Ante la imposibilidad de
recrear esos escenarios caemos en cuenta del valor del presente.
El paraíso
se vive hoy, reencarna en las personas que nos rodean, sus sentimientos
demostrados y compartidos; en las palabras articuladas para llegar al corazón
de los otros. La satisfacción en la simpleza del vivir ha de ser el motor de
nuestro presente, de la realidad de todos. En las olas de una apacible bahía al
atardecer se demuestra la renovación sobre el espíritu propio, nuestra
sustancia es el aprecio al universo que nos rodea.
Gustavo T.
THINA SAYS:
ResponderEliminarHola! amigo, me quedo con el ultimo párrafo!, aunque todo me pareció bien y estoy de acuerdo.
Mi idea de paraíso, o como se le quiera llamar, es algo complicado, solo pienso en que debe de existir un lugar en donde encontremos paz (cuando en la tierra no la hemos encontrado) y justicia (ya que aquí tampoco la hemos encontrado), entonces me gusta creer en eso. Pero a diferencia de otras personas, si disfruto mi estadía aquí y voy tratando de hacer lo mejor que mis posibilidades racionales y sentimentales me permiten.