22 de enero de 2022
Por: El Dulce de Tamarindo*
El año que hace ya casi un mes terminó, dejó detrás muchos proyectos, algunos exitosamente terminados, otros con menos suerte que no pudieron ver la luz en todo su esplendor. Dentro de las cosas que procuré mantener cierto entusiasmo (más por disciplina que por otros asuntos), fue el bendito hábito de lectura trasladado a una crónica reseñada de los libros que se fueron topando con un servidor a lo largo de los últimos 365 días. Cumplí puntualmente la entrega de dichas reseñas los primeros seis meses, pero después, por h o por v, aunque la lectura se acumuló en una extraña mezcla de pavor y goce, pues la hondonada de las responsabilidades no me permitió escribir tan holgadamente como hubiese querido. A modo de revancha, muestro aquí las obras restantes, para quien quiera una referencia de textos que puedan hacer más llevadero este bonito hábito de la lectura.
(7/12) Cartas de amor a los muertos, de Ava Dellaira
Por mero accidente, en realidad sin buscarlo, el libro llegó a mis manos y decidí darle una chance. La historia de una chica a quien se le muere la hermana (cometió sucicidio) y pretende que el paliativo para su dolor sea una serie de cartas dirigidas a diferentes personajes célebres de la música y la farándula de los 90 hacia atrás.
El planteamiento, por puros nombres, hubiera sido sencillamente irresistible para cualquiera de nosotros que creció y vivió en esos maravillosos años llenos de grunge y desesperanza, el problema es que para las nuevas generaciones, incluso Kurt Cobain, Janis Joplin o Jimmy Hendrix son solo nombres exóticos en una nebulosa de referencias a épocas que ya nada tienen que ver con los intereses populares de los adolescentes criados por el Insta y el Tik Tok (incluso el feis se ve rebasado). Aun así, la experiencia que pude compartir especialmente con alumnas, arrojó ciertas vetas de identificación que parecen ser universales en la adolescencia de cualquier década. Si bien los tópicos explorados pueden parecer lugares comunes, el asunto del suicidio a esa edad, las experiencias sentimentales y sexuales, la sensación de desolación alrededor de la protagonista y el porqué de la elección de cada uno de los destinatarios es bastante atinada. Se agradece el hecho de no hacer fan service en prácticamente ninguna parte de la trama, aun cuando el propio planteamiento es casi un comercial en sí mismo.
Recomendable si se anda en modo emo o si ya, en serio, se pretende explorar aunque sea por encimita la psique adolescente sin tener que recurrir a las bufandas y la magia.
(8/12) Carry on, de Rainbow Rowell
No me gustó para nada. De unos años para acá, el que denomino "género de the choosen one" me tiene harto. Estoy hasta las trancas de este discursito de princesas donde el o la protagonista es increíblemente poderoso (o en vísperas de serlo) nada más porque sí, sin contar con que el o la susodicha son increíblemente hermosos, huérfanos y su propósito en la vida no es claro, pero el mundo está a su servicio. Cada quien saque sus conclusiones, la cosa es que no estoy hablando de quien ya se imaginan (bueno, sí), sino de Simon Snow (el nombre, cancherísimo, pa acabarla de chiflar), y su lucha contra el Hudrum, una cosa rara que no terminé de entender, al tiempo que el gran giro de tuerca, es que Baz, el señorito enemigo de Snow, termina siendo además, su inesperadísimo y apasionado amor. Por supuesto, la temática LGTBIQ me es indiferente, en este libro ni suma ni resta, ¿está ahí por moda más que por una necesidad argumental? Quién sabe. En este Harry Potter región 4, no absolutamente nada que sorprenda, se suma al millar y medio de sagas que se harán un nombre popular en las generaciones que van, pero sin aportar nada ni siquiera a la literatura de su pretendida calaña.
(9/12) El extraño caso del Doctor Jeykill y el señor Hyde, de Robert Louis Stevenson
Clasicazo donde los haya, más extraño que el propio caso del Doctor Jeykill era que no lo hubiera leído. No decepcionó para nada, especialmente por lo breve, ya que en esos momentos me encontraba ultra-saturado de trabajo y requería una historia sencilla, pero sólida. Sin ser el Hyde que a veces se exagera en algunas versiones contemporáneas, la idea de la personalidad dividida y el asunto del trastorno bipolar se cuenta ante todo como una aberración a la moralidad. Para quien busque intensidad y exquisitez literaria, tendrá ante sí un básico que al menos yo echo en falta no haber abordado antes.
(10/12) La peste, de Albert Camus
Al principio de esta pandemia, la recomendación parecía obvia. Haber leído La peste antes del 2020, para cualquiera hubiese significado una novela más, sin embargo, el embate de los tiempos coloca esta obra de Camus como indispensable espejo de la realidad. No temo abordar como lugar común el hecho de que esta novela es prácticamente una trascripción imperecedera que no admite desestimaciones. Existe una brillantez en la narración que hace olvidar la naturaleza literaria del mismo, se transforma aterradoramente en una crónica tan actual como precisa, sin contar conque el desarrollo de personajes es buenísimo. Básico, sin duda.
(11/12) Momo, de Michael Ende
Otro clásico que apenas me digné a abordar, pero que venía persiguiéndome desde hacía al menos 16 años, también bajo recomendación de una persona entonces cercana a quien evidentemente ignoré, al considerar (equivocadamente) que no era literatura de altura. Presionado por un programa de lectura al cual atender, me zambullí con muchas reservas ante lo que consideré, todavía en las primeras páginas, un cuento infantil de manual. La sorpresa vino después, al percibir una hermosa habilidad del autor para proyectar imágenes en uno; los ambientes, la situación, los personajes y su encanto, todo encaja en el paquete de la literatura "must read" de cualquier generación y edad.
Netflix, se te está durmiendo gacho.
(12/12) Aquí asaltan, de Sergio Zurita
A Sergio Zurita y su especial forma de lucidez le debo el haber conservado mi cordura por al menos un par de años. En las desventuras que pasé trabajando y sobreviviendo en un poblado tan horriblemente alejado de la sensación urbana (entendida por un niño de ciudad chiquita) como lo sigue siendo San Quintín, en Baja California.
En un tiempo donde la FM todavía ocupaba un lugar importante en la vida de las personas, el radiofónicamente surgido de La Taquilla, del infumable René Franco, comenzaba a despuntar con brillo propio con su divertidísimo programa Dispara, Margot Dispara, que en los primeros años de emisión a través de la popularísima EXA, al lado del genial Jorge Dorantes y el acaso patiño permamente, Fausto Ponce, brindaron a los adultos jóvenes de ese entonces un espacio auditivo que tomaba como pretexto el ridículo mundo de la farándula mexicana y por sobre todas las cosas, la cultura pop, especialmente la estadounidense. En septiembre de 2020, DMD llegaba a su fin, tras casi diez años de altibajos en su audiencia y varias alineaciones, destacando la incursión de la prechiochíiiisima Claudia Silva y por supuesto, la mancuerna con el polémico Horacio Villalobos.
¿Y esto qué tiene qué ver con el libro? Pues todo. Como dije, el aprecio que le tuve al programa, que me descargaba diariamente (lo que hoy conocemos como podcast no era ni mínimamente popular) para sobrellevar la vida hostil y en soledad, en un lugar que de apego no me produjo nada, fue fundamental para permanecer "conectado" al mundo, al tiempo que, entre broma y broma, los espectadores sentíamos genuinamente cómo ensanchábamos nuestra cultura general, conociendo poco a poco los tejemanejes del teatro y música a nivel mundial.
En el recorrido del tiempo, no es raro tener una respuesta afectiva a tipos como Sergio Zurita, de quien conocimos intimidades, gustos y manías durante el tiempo que la emisión estuvo al aire, y Aquí asaltan, es una especie de spinoff de Dispara... Se disfruta muchísimo por este hermoso fenómeno lector: le damos voz al narrador de lo que leemos, y en este caso, la del buen señor Zurita está presente en cada uno de los cuentos, poemas y anécdotas que integran esta antología. Se solicita instructor de baile, el cuento con el que abre, es una sorpresa, de entrada, pues contrario a lo que esperaríamos del también actor y dramaturgo, presenta una narración exquisita y perfectamente armada, creíble para cualquier margotero de cepa; a partir de la personalidad claramente identificada de Zurita, los tintes de realismo mágico en verdad son disfrutables.
El resto del libro tiene este tipo de tintes, y no es hasta que llegamos a la parte de la poesía que podemos desahogar carcajadas de forma desopilante, tal como en los mejores tiempos junto a la radio, con composiciones líricas poseedoras de títulos como:
Entre otras por el estilo...
La tradicional presunta solemnidad de la poesía se diluye gratamente en este bloque de estrofas y versos verdaderamente irreverentes. Genialidad total del humor.
La cascada de anécdotas con la que enfila brillantemente hacia el último tercio, hicieron que mi último libro del 2021 haya valido la pena con cada maldito peso invertido.
Si algún pero le pongo, tiene más que ver con mi hartazgo inducido al tema y personajes de Bob Dylan y Bruce Springsteen (corté prácticamente seis años ininterrumpidos de escuchar DMD, debido a que se volvió casi monotemático desde el Nóbel de poesía que le dieron a Dylan en 2016), y es que ambos seguramente se han ganado su lugar en la cultura popular estadounidense, pero personalmente, sus obras me resultan absolutamente intragables, especialmente Springsteen, anodino y sobrevalorado, para mi gusto. Para Sergio, tanto Bob como Bruce, son algo así como Dios y Jesucristo en la Tierra. Cada cual sus gustos.
En fin, para quien no tenga idea del universo alrededor de Sergio Zurita, puede que las valoraciones emocionales en las cuales no escatimé para esta pseudo reseña no signifiquen nada, sin embargo, como su programa, sus puestas en escena y los nombres que han acompañado su andar a lo largo de las últimas dos décadas, todos representan dignamente, hasta con auténtico valor sociocultural, las sensibilidades y formas de pensar de una generación que hoy día se encuentra en su pico de madurez, y que para quienes nos sentimos parte, los referentes de este calibre no abundan. Para el lector ocasional, encontrará una obra ligera, con vísperas a convertirse en un clásico en el transcurso de los próximos años.
* Los radioescuchas de La Taquilla, años antes de que existiera DMD, solicitaban apodos absurdos, a modo de reconocimiento, por parte de René Franco, Sergio Zurita e Hilda Isa Salas. Alguna vez mandé mi SMS (sic) y al aire me bautizaron así. Una tontería de los 90s.
Esta obra está bajo una
Licencia Creative Commons Atribución-SinDerivadas 4.0 Internacional.