Reto de lectura 2021 (5/12): Décimas a Dios, de Guadalupe Amor
Por: Gustavo Torres G.
"Me parecen ingenuos aquellos que, creyendo sólo en la materia, piensan que tienen en su poder los secretos del universo (...) y cobardes me parecen esos otros (...) que por temor de saber algo nuevo e incómodo, heredan un Dios, usan y abusan de él, y así creen que resuelven sus conflictos con la vida y con la muerte" (Amor, 1953).
El calendario literario marcó poesía para el mes de mayo, la elección fue complicada. Entre los montones de opciones por tomar, recordé a una vieja vieja, viejísima, desprestigiada por las élites y convertida en la comidilla de la farándula y política mexicana a lo largo del tiempo: Pita Amor.
Autodenominada la undécima musa, una especie de lujo inmerecido para nuestro país, Guadalupe Amor fue una mujer que se codeó con la auténtica crema y nata de su época, tanto de México, como del extranjero; se le sabe, por ejemplo, vínculos con Picasso, Dalí, Rulfo, Khalo, y un inmenso etcétera que explican con lujo de razón su posterior postura de diva. Su parentesco con la inmamable Elena Poniatowska (lo siento, no soporto a esa señora) le validaba todavía más para decirse y sentirse de la alcurnia (muy en el sentido porfirista de la expresión) que se fue diluyendo con el inevitable paso del tiempo. Aun así, parte de su obra quedó realmente para la posteridad, aunque tal vez no con el nivel de reconocimiento que siempre reclamó (se le considera en el mundillo literario, una especie de poetisa de bajo nivel) y pocas veces obtuvo.
La compilación de poemas que elegí ha sido Décimas a Dios, un librito que se alcanza a terminar en media hora, pero que definitivamente deja huella para la eternidad, ya sea por lo increíblemente ligera que resulta la lectura, sin metáforas, sin figuras retóricas demasiado rebuscadas, o por el contrario, lo pesado que seguramente fue en su época, a mediados del siglo pasado, pues ella no escatima en dudar de Dios, sobre todo reconociendo su ausencia como principal evidencia de su existencia, pero ante todo, por su incapacidad reconocida de ser humana, un ente de carne y hueso incapaz de dimensionar lo que Él o Eso significa para su propia vida.
Como de costumbre, Pita Amor hace gala de su musicalidad en décimas perfectamente ajustadas a la métrica más tradicional, contrastando con lo contestatario que resulta su discurso de reclamo, a veces lleno de odio, a veces de amor, pero nunca falto de pasión, generando interesantes pretextos para transformarse ella misma en su propio anatema. La maestría de su sencillez reluce como pocas veces en el resto de su obra.
Con incisiva sinceridad, los reclamos al Todopoderoso no cesan ni una estrofa a lo largo de todo el libro, y con lógica aplastante, convierte las rimas consonantes en su mejor arma contra la legítima duda acerca de la validez de la existencia y creencia de Dios.
Décimas a Dios es transgresor, es rápido, contundente y un verdadero caramelo para quienes se van iniciando en la lírica, el más puro y potente de los géneros literarios, es casi como un carnaval hermoso de palabras.
De Pita, se hicieron innumerables parodias, sobre todo en la triste, tristísima etapa final de su vida, si no mal recuerdo, a inicios de los dosmiles, cuando prácticamente nada del glamour y el lujo de antaño quedaba en aquella señora decrépita, loca y que terminó viviendo en su mansión abandonada, cayéndose a pedazos y con ella caminando entre sus propias heces; una muerte acaso injustamente antipoética para quien llegara a reconocerse (al menos desde mi punto de vista) como la primera, única y auténtica feminista desde el arte contemporáneo, sí, como cuarenta escalones debajo de una auténtica deidad como Juana de Asbaje, pero lo suficientemente lúcida como para componer su implacable Letanía de mis defectos, que arrojaba inclemente:
Grande, Pita Amor. Grande para siempre.
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