sábado, 3 de abril de 2021

Reto de lectura 2021 (3/12): Los perros duros no bailan, de Arturo Pérez-Reverte

 

Reto de lectura 2021 (3/12): Los perros duros no bailan, de Arturo Pérez-Reverte

Por: Gustavo Torres G.

Hay dos o tres libros en mi colección que no he terminado por falta de valor. Esto que reconozco como apego bibliófilo me pega muy duro cuando se trata de obras que he llegado a estimar tanto, que finalizar su lectura representa una especie de despedida, tal que un tanatólogo podría fácilmente atenderme so pretexto de semejante ridiculez. 

Cuando me recomendaron Los perros duros no bailan y supe que lo del nombre no era una metáfora, entendí que el verdadero reto de la lectura estribaría en cómo vencer este miedo atávico de confrontar una historia que intuía, como mínimo, terminaría por despedazarme emocionalmente, y sí, lo hizo. 

Intentaré explicar por qué sin dar demasiados detalles de una historia que se siente brevísima (es una novela corta, de por sí), pero que no requiere demasiado para permear en el alma de cualquier lector, aunque eso de los perros tal vez le parezca ajeno.


Amor-odio, mi relación como lector de Perez-Reverte

Hasta antes de esta novela, me había topado ya con tres más de este autor español, y el marcador, era, digamos, disparejo y complejo: la primera vez que lo leí, tiré el libro (cuyo nombre apenas recuerdo), y presumo de tal acto cuando digo que la culpa de no terminar a veces es del autor y no de uno. Con La Tabla de Flandes, ocurrió todo lo contrario, al punto que es uno de esos que también presumo haber terminado en una sola noche (adictivo como pocos, no dejó caer párpados hasta que lo terminé, una madrugada del ya lejano 2005). En el paso del tiempo, apenas iniciado con La Reina del Sur, tome la decisión de no perder mi tiempo con lo que entonces consideré una apología del narco, sumado al manejo ridículo de la jerga que me topé en las primeras páginas (eso lo sostengo hasta el día de hoy). Tenía elementos para declinar la recomendación, pero decidí seguir adelante, y no me arrepiento. El marcador se ha empatado a favor del buen Arturo (se salvó el condenadote).


El gusto de ponerse en la piel de un firulais

En serio, debería considerarse hacer una versión en live action de este libro, algo así como La Dama y el Vagabundo en el Mundo Real, o Lassie y sus aventuras en un tugurio. Lo fácil para cualquiera con la idea de contar una historia sobre perros sería irse a los lugares comunes y simplemente “mostrar a cámara” lo que vemos los humanos, pero no es así, Pérez-Reverte saca la casta para contar con auténtica maestría, absoluto oficio, una historia trepidante, divertida, desopilante por momentos e increíblemente empática con el posible real sentir de estos animalitos que han tenido la mala fortuna de compartir el mundo con nosotros. Todo todo todo todo el entusiasmo que es capaz de contagiar un perro simplemente con existir, se traslada impecablemente a través de diálogos que empatan absolutamente con la personalidad de cada una de las razas que van acompañando al protagonista a lo largo de toda su odisea, tal que de pronto un pequeño y alargado perraco de caza atrapado en la comodidad de su casa de pronto no tiene más remedio que presumir de cosas como “A mi hermano Poncho lo mató un jabalí”; yo morí de la risa y la ternura.


Así como vomité los tristísimos intentos de calcar las formas de habla mexicana y latinoamericana en otras obras del autor, acá la cosa no se salva, con la diferencia puntual de que acá, siendo perros, diálogos de la barista argentina, por ejemplo, suenan más bien chistosos, lo mismo con la pronunciación francesa de un gladiador francés que aparece más o menos a la mitad de la obra y la representante mexicana (una xoloescuintle tenía que ser), a quien no le pude ubicar origen, dado su forzadísimo vocabulario chilango/tijuanense/regio. De pena ajena.


La moral perruna

De no ser porque las cosas se van poniendo cada vez más serias, uno juraría que lo que se lee bien podría pasar como la transcripción sin censura de la nueva película de Dreamworks, pero no es así, de hecho, es mucho más que eso; el goce de identificar los instintos caninos como algo que supera la moral humana más santiguada, la ética endeble de la mayoría de quienes intentamos ser parte de un grupo social, desfoga por completo la forma de entender el por qué hemos fracasado como especie en términos de privilegiar “lo correcto”. Para Negro, el protagonista, no hay nada más poderoso que la lealtad, incluso si eso implica reprimir su propia moral, siendo este rasgo tan característico de todos los perros que aquello de “mejor amigo del hombre” se queda sinceramente corto. Los perros son animales divinos, un ser supremo debería ser el que tenga cuatro patas y se de dos vueltas sobre su tapete antes de echarse a dormir.


Negro encarna todo lo bueno que puede ser un perro, o debería decir, todo lo que es un perro, lo malo que se les pueda achacar no es más que reflejo de lo que se le ha enseñado, y aun cuando vaya en contra de su propia vida, un perro jamás defraudará a su dueño. Todo esto se va contando poco a poco, de maneras mucho más sutiles de lo que puedo expresar aquí. Llegó un punto en el que sinceramente no podía dejar de llorar al darme cuenta que en realidad dentro del cast perruno, no había un solo antagonista. La búsqueda que hace Negro por su amigo Teo y Boris, el guapo, es lo más épico que he leído jamás.

Pérez-Reverte en verdad ha hecho gala de su habilidad como contador de historias, en esta ocasión con un vigor que logra cortar la respiración y cimbrar el alma una y otra y otra vez con pasajes cargados de emotividad y simbolismo. Si estás por leerlo, no olvides mi advertencia cuando haga su aparición Cuco y el bodeguero… madre santa. Me hizo polvo. No diré más, porque de nuevo, se me estremece el alma.


Por qué no merecemos a los perros (y Dios lo sabe)

Recientemente he tenido la experiencia de recibirle y atender las crías a mi perrita, lo cual sucedió en paralelo casi, con la lectura descrita anteriormente. La sensibilidad respecto a la fragilidad de nuestras mascotas se potenció, sin duda, con lo que estuve leyendo, pero sigue conmoviéndome de siempre la visión que tienen ellos de nosotros, proyectados en su mente como dioses que todo lo pueden y además todo les es permitido, y aún así, nos aman. Fundamental para cualquiera aventurarse con este libraco que se consume en dos días o menos, una lastima que ciertas situaciones y el lenguaje no sean aptas para menores de edad, pero fuera de eso, es una fábula potente, desgarradora y hasta cruel, pero no tanto como para no dejarse enamorar en este entresijo de pelos y patitas acolchonadas.




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