martes, 24 de marzo de 2020

Y deberás plantar...


Por: Gustavo Torres G.

Y deberás plantar

Y ver así a la flor nacer
Y deberás crear
Si quieres ver a tu tierra en paz
El sol empuja con su luz
El cielo brilla renovando la vida
Y deberás amar
Amar, amar hasta morir
Y deberás crecer
Sabiendo reír y llorar
La lluvia borra la maldad
Y lava todas las heridas de tu alma
...
De tí saldrá la luz
Tan sólo así serás feliz
Y deberás luchar
Si quieres descubrir la fe
La lluvia borra la maldad
Y lava todas las heridas de tu alma
...
Este agua lleva en sí
La fuerza del fuego
La voz que responde por tí
Por mí...
Y esto será siempre así
Quedándote o yéndote.

- L. A. Spinetta

Se ha especulado mucho con el tiempo que tenemos disponible para las próximas semanas en todo el mundo: para algunos, desgraciadamente serán sus últimos días en la oportunidad de ver la luz del día, para otros, el privilegio de ser tocado por rayos de sol será más apreciado, deseado, cada minuto de esta sui géneris primavera que nos recibe con una luminosidad que ya olvidábamos era hermosa por estas fechas y además un viento helado aún, resabio de un invierno particularmente rejego al menos en el norte de México. Vi publicaciones en toda clase de redes sociales donde incluso se agradece al COVID-19 por obligarnos a estar quietos y no puedo estar menos de acuerdo, considerando el fantasma del desamparo que produce a aquellos cuya situación económica sobre todo, no permite tomarse la cuarentena con calma. Aunque por supuesto, evitando la retahíla de quejas adjuntas comunes a la temática, no tengo otra alternativa que aceptar las bondades para quienes tenemos la posibilidad de construir (dentro de lo que cabe) un itinerario potencialmente edificador en el plano de lo humano.

¿Qué se siente estar en cuarentena?
A ver... es muy diferente guardarse en un espacio por necesidad meramente individual que a raíz de una orden externa. En un periodo relativamente corto, he tenido que restringir la capacidad de moverme más allá de la banqueta de mi casa dos veces: la primera, una fractura incomodísima y dolorosa, juez y parte en el itinerario de un 90% del resto del cuerpo que no tuvo de otra más que obedecer y alinearse para poder gozar a posteriori del esplendor y gloria de la salud. En la segunda, un aislamiento por abonos impuesto por el clima indecifrable de Ensenada, no dejó trabajar regularmente a prácticamente nadie en el sector de la educación, dada las terribles características viales y de seguridad que padece mi ciudad. Ahora, la tercera extraordinaria, lanza al ring al oponente más formidable posible: nosotros mismos. Si son peras o manzanas, si es un ardid político, un bulo del neoliberalismo opresor o una contingencia sanitaria innecesaria, lo más prudente es ser prudente. Y hacer caso. Estar en casa no es tan feo como puede parecer.

#Homeoffice
Podría ser el primer paso a una nueva forma de percibir la jornada laboral y escolar. ¿De verdad era tan necesario ir? Nos preguntaremos en unos años, cuando la pandemia nos haya enseñado a que tres o cuatro días por semana en las escuelas y oficinas es suficiente para demostrar que existimos y estamos vivos. Los roces con gente fea, los lonches y las madrugadas bajo lluvia desaparecerán en virtud de un internet que por fin servirá para algo más que compartir memes y videos de gatitos. Veremos con gusto sincero a nuestros compañeros de trabajo y la productividad destruirá los techos de las empresas con una enorme flecha roja ascendente, mientras los jefes lloran de la emoción.

Crear, ser humano
En la inconmensurable obra de Isaac Asimov, una novela cuenta cómo un robot es acusado de asesinato, y el policía que lo interroga, en su inútil afán por mostrar la superioridad del humano sobre la máquina, le plantea la imposibilidad de las computadoras para imaginar, crear cosas nuevas, hacer arte y lo increpa en su incapacidad; el autómata, sereno, le responde: “¿Puedes tú?”. Brutal. Si este ritmo de vida asesino de la individualidad y todo lo que eso conlleva (ausencia casi total de espiritualidad, fé empaquetada, ideologías de paja, entre otras menos terribles), nos hace creer que el bienestar se obtiene comprando, existe siempre esa posibilidad. En esa vorágine del intercambio, nadie da nada, nadie sacrifica un sorongo, como si dar de sí implicara desprenderse para siempre de algo que no debiera verse. La única solución es crear. Liberarse uno en lo creado es ser, no sólo existir. El aislamiento nos obliga a convertirnos en algo. Como veo las cosas hay dos opciones: ser un post-súpernova hambriento de lo que sea que llene de luz nuestras entrañas, o ser una semilla, para uno mismo o para los demás.

El desafío de ver al espejo
Lo terrible del mar/es morir de sed” rezaba el gran A. C. Clark, siendo probablemente la metáfora más deliciosamente ambigua que haya escuchado de él. En ese sentido, con el caudal de posibilidades que existen para darle cuerpo a la frase se dispara por mil. La soledad del aislamiento es una falacia que brinca incluso el lugar común de decir “estoy yo y para mí”, se extiende tanto como el amor que estemos dispuestos a dar, siempre dar. El otro es indispensable. La ansiedad desaparece cuando existen además de mí, y la mejor manera de brindarme es crear. El encierro es únicamente insoportable para quien no puede estar consigo.


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