Por Gustavo Torres G.
Dos clases de superstición gobiernan inconscientemente
mi forma de ver la vida, no se de dónde salieron, ni por qué les sigo teniendo
fe. Ambas tienen que ver con el sentido de renovación que la naturaleza nos
recuerda se debe tener; por ejemplo, el hecho de que la gripe o resfriados no
son otra cosa que una etapa de mutación que nos prepara y transforma hacia
personas más fuertes para lo que viene. No sé tú, pero siempre el primer día de
salud después de una semana de tos y calenturas, parece convertirnos en el ser más
poderoso sobre la faz de la tierra. La enfermedad inmuniza, cicatriza el alma
cuando se sabe enfrentarla.
La lluvia es esa otra cosa que indudablemente, sin
temor a caer en un lugar común, representa efectivamente, un acto de limpieza,
de purificación. Para como se están dando las cosas en el país, estas tres
tormentas consecutivas en la región no son otra cosa que la ratificación de una
premonición construida: todo se cae a pedazos. Hace falta un resfriado social.
Recapitular el 2016 en eventos significativos para la
historia popular termina siendo la colección de personajes cèlebres en su defunción,
pero aùn ahì hay simbolismo, ¿està muriendo la magia? ¿O simplemente persiste
el temor de quedarnos sin figuras paternas/maternas? Como si las guìas
espirituales del escape para nuestras ilusiones, vìa música, cine o televisión estuvieran
obligando a las masas a dejar el nido; ya no hay nada màs que ver ni escuchar,
es momento de apagar la tele y madurar. No màs Star Wars, no màs Bowie, no màs Iwata, no màs George
Michael. La realidad, como dije, se està cayendo a pedazos.
"Alguien dijo una vez que la única diferencia que
existe entre las personas que están dentro de las instituciones mentales y
aquellos de nosotros que estamos fuera… es que nosotros somos la mayoría. Si
ellos fueran la mayoría nosotros estaríamos dentro" dijo alguna vez Sugel
Michelen, en idea foucaltiana. Ante una realidad enferma, resulta innegable afirmar
que las puertas del manicomio han desaparecido por completo. Somos todos parte
del Macondo que temimos siempre habitar.
Como sea, si mis conjeturas son ciertas (como de
costumbre), la efervescencia del momento darà paso a días luminosos sobre una
colina verde, un puño de niños pecosos corriendo sobre ella y un perrito
salchicha regodeándose de un mundo que, en realidad, no se quiere acabar.