miércoles, 30 de marzo de 2016

El emblema del estar

Por: Gustavo T. G.

Alejando de toda connotación sexual, la palabra perversión parece perder sentido, aunque es necesario ampliar el abanico de significados si partimos desde la concepción filosófica y hasta artística del término; pervertir es dar la vuelta, dejar de ser como se debería, violentar estructuras morales y definir sin equívocos la supremacía del pervertido, ¿y qué es la perversión sino la ocasión de dar paso desenfrenado a la voluntad y la inteligencia? No pretendo hacer apología de la bestialidad o del instinto animal desmedido en la búsqueda del placer carnal, ni siquiera concibo al perverso (en ese sentido) como una persona, intento abrir paso a un mundo de posibilidades no nefastas desde la cual el afectado/afortunado con trastorno mental de este tipo. Sí la diferenciación con el neurótico, en términos freudianos, en cuya concepción del mundo, el desahogo viene sólo de la laceración propia o ajena, percibiendo en eso regocijo; hablo de aquellos que modifican por necesidad intelectual, espiritual, estética.
Los primeros homínidos, en casi todas sus variantes, tuvieron ocasión de representar la cotidianidad en las paredes de las cuevas que habitaron, plasmaron en su limitada, pura y maravillosa capacidad pictórica aspectos cotidianos como la caza, los rituales o simplemente lo que estaba alrededor, por eso sabemos que tanto en América como en Europa u África, el común denominador para ese modus vivendi no era precisamente la recolección. Cada legado en los estadios de evolución humana ha tenido ese plus no retribuible para la comunidad donde se generó, pero que ha prevalecido el paso del tiempo como evidencia incontestable de las inquietudes metaexpresivas del humano en todos los tiempos.
Saber solucionada una necesidad, cualquiera que sea su naturaleza, implica la correcta administración de las energías para otros menesteres, pero en el curioso, son las nuevas formas de satisfacción de esa carestía las que le significan un nuevo modelo a seguir, ese que no existe y requiere tanto la más férrea voluntad, como el más agudo de los ingenios, porque la perversión no sólo es planeación, sino el emocionante estado de espera a los resultados inesperados. Lo saben los poetas, los dibujantes, el compositor, el amante de la vida. Virar no es regresarse, sino ver el camino como una realidad alterna. Nunca nadie regresó por gusto, sino por voluntad, es diferente; implica lucidez y valentía hacer tal cosa.
Junto con la cultura, la moral es un concepto sumamente ambiguo, tenerlas o no puede ser satisfactoriamente equivalente, al tiempo que contradictorio, pues toda nuestra actividad se supedita inconscientemente a lo que el resto considera culto o moralmente aceptable, en este sentido, el inmoral, culturalmente hablando, alcanza el grado de genio inalcanzable o incomprendido; el inculto, moralmente hablando, es el lado oscuro de la luna, su libertad está coartada por el infortunio de la ignorancia, solapada por la pedantería y temeridad de tal estado. En ambos casos, el impulso de perversión busca genuinamente nuevas formas de hacerse entender por el mundo, con la espera de abrir nuevos caminos desde el terremoto encarnado en su propia personalidad.
Un genuino perverso entiende las situaciones en forma holística, es así porque puede, sobre todo porque decide ser y hacer así, no hay forma de ser explosivo creativamente hablando si el futuro no es transgredido, si las vestiduras no se caen y si no se reconoce la necesidad del paneo sobre una vida a veces atada de manos y pies, y no precisamente sobre una mesa…

Continuará… (si algún grado de perversión me alcanza)

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