sábado, 4 de enero de 2025

Comala en Streaming: comentarios sobre la adaptación de Rulfo al cine digital

 Por: Gustavo Torres Gómez

Es como el duelo: se parte de la negación, hay broncas internas qué solucionar, cierta negociación, la consabida depresión y al final no queda de otra más que aceptar. Está ya disponible en Netflix la última adaptación al cine (digital en este caso) de la más grande obra de la literatura mexicana en cualquier género: Pedro Páramo, del inmortal Juan Rulfo.

Supongo que pasó lo mismo para quienes admiramos tanto al autor como a su novela, desde que se anunció la primera reacción no pasó por lo positivo sino todo lo contrario o sea, ¿Cómo se atreven a intentar trasladar otra vez algo cuya naturaleza es totalmente literaria? Ya se había hecho tres veces en el pasado con resultados bastante cuestionables, en algunos casos hasta ridículos, como en la versión del 1967 donde a razón de quién sabe qué se puso de protagonista a John Gavin, actor gringo “de segunda” en palabras del mismísimo Ignacio López Tarso, lo que restó de la fuerza necesaria para retratar al cacique decentemente y dejó muy lejos la posibilidad de ver al personaje principal tal como la lectura es capaz de proyectar; en su lugar quedó en la pantalla un tipo bonito carente absoluto de las tablas necesarias, un trabajo de edición tan lamentable que se logran ver las “costuras” para medio subsanar el despropósito de la actuación del gringo y por último el casting mal aprovechado que en otras circunstancias pudo haber dado tal vez, una de las películas más memorables en los anales del cine nacional.

Pedro Páramo de ficheras

Vino luego la versión de 1976, de la cual me gustaría dar más opiniones positivas de las que merece pero es que... Ay, mi México. Tiene el encanto propio del cine de la época, con su tonalidad cromática, el uso de efectos de sonido artesanales en post-producción que son una gozada, pero ante esos elementos lo de pertenecer a la época dorada de las películas de ficheras le cobra factura, sin mencionar las “licencias literarias” que se toma, absolutamente innecesarias, antiestéticas y hasta vulgares, como la escena de la noche de bodas donde Doña Dolores Preciado, interpretada por Blanca Guerra regala un desnudo gratuito (o sea, gracias) y un momento de pena ajena con el brujo del pueblo cuyo tono es absolutamente ajeno a lo necesario para el momento, ni qué decir de lo que sucede entre los dos después... evítense el asco mejor. Lenta, sosa, de mal gusto, ridícula por episodios, esta obra dirigida por José Bolaños es una grosería escupida directamente a la figura de Juan Rulfo y por qué no, atole con el dedo para la población mexicana estúpida que dio pie a este tipo de bodrios.



La de 1981

Los ochenta tuvieron su Pedro Páramo con la actuación estelar de Claudio Brook, pero esa versión no he tenido oportunidad de ver, así que reservaré comentarios para mejor ocasión.

Ahora sí, la de Netflix de 2024

Ahora, a finales de 2024 Netflix toma el riesgo de hacer adaptaciones de dos monumentos literarios latinoamericanos: Pedro Páramo de Rulfo y Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez, del primero opinaré en breve y del segundo espero poder librar la curiosidad por ver, dado que prefiero mantener en mi memoria y corazón los rostros, voces y paisajes que las letras me han dado.

Ver y escuchar la materialización de lo que ha estado tan encarnado en la memoria es fuerte. Resulta complicado aislar la emoción al ir desenterrando de la memoria los instantes que tejieron en la imaginación las palabras de Rulfo, tan justamente elegidas, con carga estética propia, de poesía incomparable. Sigue siendo imposible transformar en fotogramas frases como “Faltaba mucho para el amanecer. El cielo estaba lleno de estrellas, gordas, hinchadas de tanta noche. La luna había salido un rato y luego se había ido. Era una de esas lunas tristes que nadie mira, a las que nadie hace caso. Estuvo un rato allí desfigurada, sin dar ninguna luz, y después fue a esconderse detrás de los cerros”. Todavía preguntan por qué Rulfo es quien es. Aconsejo ver alguna entrevista del maestro para guardarse su voz en el sistema y a partir de ahí cada cita que se lea tenga textura. De nada.

¿Cómo hacer entender a los no lectores que no es la trama lo intraducible al cine sino la experiencia lectora? Simplemente no hay comparación. En tanto el cine expresa su valor en el poder de la imagen, cómo es posible componer a cuadro con lenguaje propio lo que se quiere decir con o sin palabras, con ayuda o no del sonido, la literatura exige la estimulación intelectual de cada lector donde se manifiesta para poder ser comprendida en toda su dimensión, siendo paradoja en sí misma pues la aparente limitación de “únicamente usar palabras” es justo su mayor fortaleza, de ahí que se recree en la mente según la potencia y riqueza de pensamiento del mismo.

Dicho lo dicho, no se le debería exigir a una película darnos los matices de los que dispone un maestro como Rulfo en el uso de la palabra escrita, sino apuntar a las posibilidades narrativas desde sus propios recursos, dejando de lado la obra original dado que la confrontación no tiene sentido. Esta versión del director mexicano Rodrigo Prieto es única, tal vez la mejor que se haya hecho sobre el reconocido libro. Teniendo el respaldo presupuestal de Netflix, entendiendo esta misma que no se trata de cualquier historia sino de una de gran valía artística mundial, es notorio para cada toma el cuidado que se ha tenido en respetar la envergadura del libro no haciendo nada de más, siendo fieles hasta donde ha sido posible según el intento de calca (el orden de narración es prácticamente el mismo), tomando los diálogos tal cual se leen en el material original y dando la batuta a gente con camino recorrido a fin de garantizar la mejor película posible. En la pantalla se van dibujando los recuerdos de cada página leída con fidelidad, con poco para el reproche. Mientras en las películas del pasado se dio ambientación casi permanente de desolación, acá la oscuridad y la oportunidad de mostrar el realismo mágico en todo su esplendor se ha tomado con cautela pero exitosamente, cosa que fue imposible de hacer antaño debido a limitaciones tecnológicas. Ver los saltos temporales en la Comala efervescente del ayer, verde, llena de vida, luminosa, rebosante de la energía con el trajín de su gente para luego ir a la cálida oscuridad del presente en la piel de Juan Preciado es maravilloso. No recuerdo alguna otra obra cinematográfica de raíz mexicana tan espléndida visualmente. La escena de las almas en el centro del pueblo consumiendo en miedo a Juan es muy pero que muy bonita, de buen gusto, siendo el pretexto argumental perfecto para pasar de ahí en adelante a las voces en off de él y Dorotea en ese papel de narradores ya como muertos que se resignan a pasar la eternidad en las entrañas de un pueblo que parece no perder vigor a pesar de no tener a nadie vivo entre sus calles.

Ya déjate de miedos. Nadie te puede dar ya miedo. Haz por pensar en cosas agradables porque vamos a estar mucho tiempo enterrados” le dice Dorotea a Juan intentando calmarlo en su nueva condición de muerto. La genialidad de Rulfo en todo su esplendor y la inteligencia de Rodrigo Prieto para componer visualmente eso sin dejar de ser cine y sin perder la potencia literaria de origen. Un aplauso.

La perspectiva poética dentro del análisis de la realidad nacional en Pedro Páramo merece análisis mucho más sesudos que este, pero no deja conmover hasta las lágrimas (a mí me pasó, lo confieso) la integración de potentísimas líneas que aparentemente no contribuyen directamente al hecho cinematográfico, pero siendo tomado literalmente del libro, así en bruto, cobra un valor emocional brutal:

Las campanas dejaron de tocar; pero la fiesta siguió. No hubo modo de hacerles comprender que se trataba de un duelo, de días de duelo”*.

Es increíblemente disfrutable el trabajo de fotografía y sonido; la música de Gustavo Santaolalla es tan exquisita como siempre, justa, poderosa. A quien haya jugado The Last Of Us o visto la serie homónima en HBO entenderá al instante la idoneidad de haber elegido a este tipo para el ambiente que se quiso retratar.



Mis peros

Suma totalmente aquello de haber traducido al dedillo el libro, sin embargo también existen puntos flacos que merecen la pena ser señalados, vaya, que no es una película perfecta. Para empezar, el casting pudo haber sido un poco mejor, hay altibajos y hasta mentadas de madre al espectador mexicano específicamente, por ejemplo la participación de Julieta Egurrola y Roberto Sosa... ¿En serio? Digo, en ambos casos sus papeles pudieron haber sido dados a casi cualquier otro, especialmente el de ella, que interpreta a la abuela Preciado, papel menor; en el caso del Padre Rentería lo que hace Roberto es maravilloso pero mi queja va más en el sentido de pensar que la paleta de actores disponible para hacer cine mexicano debía estar ya a estas alturas totalmente renovada, nada más faltaba que pusieran a uno de los Bichir en el elenco. No sé si tiene que ver con la capacidad actoral o la falta de guía por parte del director, pero lo mostrado por Ari Brickman en su papel de Bartolomé San Juan y lo de Ishbel Bautista es de flojera, en el nivel de actuación de lo que se podría ver en cualquier telenoverla de Televisa. Todavía no logro emitir un juicio para el trabajo de Ilse Salas (Susana San Juan), igual porque creo que podría ser más un asunto de dirección que de capacidad actoral, dado que su personaje es la representación del abuso en toda su desgracia y esplendor, con lo contradictorio que pueda parecer la frase, siendo el contraste del impacto en pantalla lo que más choca pues su contraparte adolescente (Sarah Rovira) destaca por lo bien que se manejó frente a cámara.

El último acto no es malo realmente, sin embargo se hace corto el descenso progresivo del protagonista al morir Susana, lo que resta a la desolación con la que debería percibirse el último suspiro del cacique que transformó su dolor en muerte para todos, incluyendo la tierra bajo sus pies.

Conclusiones

No hay lugar a dudas, en la terna de filmes rulfianos este se lleva todos los honores, apenas arriba de El Gallo de Oro, descarte narrativo** del jalisciense que alcanzó a ver pantalla grande cobijado hermosamente por los inmensos talentos de Ignacio López Tarso y Lucha Villa (brillando como siempre) que solo “pierde” frente a la producción de Netflix porque esta última lleva una intención artística bastante marcada y superior, pero en ambos casos el espíritu del prócer de las letras mexicanas está imbuído con enorme respeto y gracia.

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* Interpreté la noción de un México posrrevolucionario todavía creyendo que la lucha ha acabado cuando resulta evidente la inscosciencia en relación a la situación precarísima del país en todos los sentidos, especialmente en la identidad moral de la que poco se habla y mucho se padece.

** Rulfo nunca quiso que El Gallo de Oro se llevara a la pantalla grande debido a que la consideraba una obra inacabada, además de ser un texto realmente pequeño (se lee de una sentada en un par de horas si se tiene voluntad). Hay multitud de ensayos al respecto realizados por académicos y especialistas tanto de cine como de literatura y todos coinciden en el diagnóstico: Rulfo tenía razón. Tanto libro como película me siguen pareciendo maravillosos y me perece que dados los resultados, Netflix podría arriesgarse a hacer una nueva adaptación con los estándares de calidad actuales.

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